El cerdito menor compró su casa,
hecha con adobe y paja fue su hogar.
La vistió de amaneceres y recuerdos,
un abrazo te esperaba en el umbral.
Concedió un lobo feroz la hipoteca,
una jaula de oro con alto interés.
El cerdito trabajaba y trabajaba
para cumplir puntual con su deber.
"Y soplaré y soplaré si tu dinero
no llena los bolsillos del lobo feroz".
"Y soplaré y soplaré, mejor que el miedo
no hay incentivo para un buen pagador."
Un invierno frío e intenso,
el cielo estalló en pedazos
y en la casa de adobe y paja
se quedaron sin trabajo.
Quién se atrevió a echarte la culpa del naufragio
a ti, que siempre trabajaste y trabajaste.
A fin de mes llegó la orden de desahucio,
no tardó en aullar el lobo cobarde.
El cerdito más pequeño se negaba
a dejar su casa en manos de usureros.
La familia se atrinchera ante la puerta.
"No habrá viento que desmonte nuestros sueños".
Pero el feroz lobo vino con su corte
de expertos sopladores sin piedad
y preparan los pulmones mientras tiembla
el recuerdo de tu abrazo en el umbral.
"Y soplaré y soplaré pues tu dinero
no llega a los bolsillos del lobo feroz".
"Y soplaré y soplaré, mejor que el miedo
no hay incentivo para un buen pagador".
De repente un río de gente
apareció firme e iracundo.
Y a la casa de adobe y paja
rodearon como un muro.
El pulmón de un soplador
emitió un leve suspiro.
La marea dio respuesta
al acoso del vecino.
"Y soplarás y soplarás", gritaban todos,
"y no se moverá un tabique de esta casa".
"Y soplaré y soplaré", gritaba el lobo
y toda la calle estallaba en carcajadas.
Y poco a poco el lobo con su comitiva
abandonaba cabizbajo el desalojo.
Es la marea la que sopla ahora la herida,
no la codicia implacable de los lobos.