El cerdito menor compró su casa, hecha con adobe y paja fue su hogar. La vistió de amaneceres y recuerdos, un abrazo te esperaba en el umbral. Concedió un lobo feroz la hipoteca, una jaula de oro con alto interés. El cerdito trabajaba y trabajaba para cumplir puntual con su deber. "Y soplaré y soplaré si tu dinero no llena los bolsillos del lobo feroz". "Y soplaré y soplaré, mejor que el miedo no hay incentivo para un buen pagador." Un invierno frío e intenso, el cielo estalló en pedazos y en la casa de adobe y paja se quedaron sin trabajo. Quién se atrevió a echarte la culpa del naufragio a ti, que siempre trabajaste y trabajaste. A fin de mes llegó la orden de desahucio, no tardó en aullar el lobo cobarde. El cerdito más pequeño se negaba a dejar su casa en manos de usureros. La familia se atrinchera ante la puerta. "No habrá viento que desmonte nuestros sueños". Pero el feroz lobo vino con su corte de expertos sopladores sin piedad y preparan los pulmones mientras tiembla el recuerdo de tu abrazo en el umbral. "Y soplaré y soplaré pues tu dinero no llega a los bolsillos del lobo feroz". "Y soplaré y soplaré, mejor que el miedo no hay incentivo para un buen pagador". De repente un río de gente apareció firme e iracundo. Y a la casa de adobe y paja rodearon como un muro. El pulmón de un soplador emitió un leve suspiro. La marea dio respuesta al acoso del vecino. "Y soplarás y soplarás", gritaban todos, "y no se moverá un tabique de esta casa". "Y soplaré y soplaré", gritaba el lobo y toda la calle estallaba en carcajadas. Y poco a poco el lobo con su comitiva abandonaba cabizbajo el desalojo. Es la marea la que sopla ahora la herida, no la codicia implacable de los lobos.