Las palabras hirientes no son culpables
si acaso por dementes son responsables
de la angustia y el frío, de la fiebre y el hambre
y enlodan el camino por infranqueables.
Las palabras hirientes son como el río
se agigantan y extienden los desafíos
y uno pregunta luego porque es probable
que se muestren desnudas o indescifrables.
Hay que medir los gestos, las vanidades
que un turbio parloteo incontrolable
da al traste con los sueños y los prodigios
se hacen graves y asoman como enemigos.
La tierra reverdece, mudan las aves
se reinventan las veces y el sol no cabe
pero el tiempo envejece recién vestido
y se escapa y escampa, pero ha llovido.
Las palabras hirientes no son culpables
pero cuánto nos duelen y nunca parten.