Las palabras hirientes no son culpables si acaso por dementes son responsables de la angustia y el frío, de la fiebre y el hambre y enlodan el camino por infranqueables. Las palabras hirientes son como el río se agigantan y extienden los desafíos y uno pregunta luego porque es probable que se muestren desnudas o indescifrables. Hay que medir los gestos, las vanidades que un turbio parloteo incontrolable da al traste con los sueños y los prodigios se hacen graves y asoman como enemigos. La tierra reverdece, mudan las aves se reinventan las veces y el sol no cabe pero el tiempo envejece recién vestido y se escapa y escampa, pero ha llovido. Las palabras hirientes no son culpables pero cuánto nos duelen y nunca parten.