Quién me iba a decir a mí
que un buen día de los tantos
iba a compartir el canto
con Horacio Guaraní.
Ese duende cabezón,
ternura, estampa y orgullo,
que da hasta lo que no es suyo,
es decir, su corazón.
Quién me iba a decir a mí,
Don Horacio Guaraní.
Quién me iba a decir a mí,
que además de folklorista
era usted un alquimista,
alquimista de vivir.
Para que pueda sentir
lo que se siente a su altura,
me regala su estatura
para ayudarme a subir.
Quién me iba a decir a mí,
Don Horacio Guaraní.
Quién me iba a decir a mí,
que una vez en Plumas Verdes,
para que bien se recuerde,
íbamos a estar a allí,
haciendo canto al andar
entre pinos y naranjos,
con Miralles y con Juanjo,
unidos para cantar.
Quién me iba a decir a mí,
Don Horacio Guaraní.
Quién me iba a decir a mí,
pariente de la distancia,
que al ingresar a su estancia
no iba a volver a salir,
que se iba a quedar ahí
mi corazón caminero,
porque encontró compañero:
Don Horacio Guaraní.
Quién me iba a decir a mí,
quién me iba a decir a mí,
quién me iba a decir a mí.