Quién me iba a decir a mí que un buen día de los tantos iba a compartir el canto con Horacio Guaraní. Ese duende cabezón, ternura, estampa y orgullo, que da hasta lo que no es suyo, es decir, su corazón. Quién me iba a decir a mí, Don Horacio Guaraní. Quién me iba a decir a mí, que además de folklorista era usted un alquimista, alquimista de vivir. Para que pueda sentir lo que se siente a su altura, me regala su estatura para ayudarme a subir. Quién me iba a decir a mí, Don Horacio Guaraní. Quién me iba a decir a mí, que una vez en Plumas Verdes, para que bien se recuerde, íbamos a estar a allí, haciendo canto al andar entre pinos y naranjos, con Miralles y con Juanjo, unidos para cantar. Quién me iba a decir a mí, Don Horacio Guaraní. Quién me iba a decir a mí, pariente de la distancia, que al ingresar a su estancia no iba a volver a salir, que se iba a quedar ahí mi corazón caminero, porque encontró compañero: Don Horacio Guaraní. Quién me iba a decir a mí, quién me iba a decir a mí, quién me iba a decir a mí.