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ACTO TERCERO Sale BATRICIO pensativo BATRICIO: Celos, reloj de cuidado, que a todas las horas dais tormentos con que matáis, aunque andéis desconcertado; celos, del vivir desprecios con que ignorancias hacéis, pues todo lo que tenéis de ricos, tenéis de necios. Dejadme de atormentar, pues es cosa tan sabida, que cuando Amor me da vida, la muerte me queréis dar. ¿Qué me queréis, caballero, que me atormentáis ansí? Bien dije, cuando le vi en mis bodas: "Mal agüero". ¿No es bueno que se sentó a cenar con mi mujer, y a mí en el plato meter la mano no me dejó? Pues cada vez que quería meterla, la desvïaba, diciendo a cuanto tomaba: "Grosería, grosería". [No se apartó de su lado hasta cenar, de manera que todos pensaban que era yo padrino, él desposado. Y si decirle quería algo a mi esposa, gruñendo me la apartaba, diciendo: "Grosería, grosería".] Pues llegándome a quejar a algunos me respondían, y con risa me decían: "No tenéis de qué os quejar. Eso no es cosa que importe, no tenéis de qué temer, callad, que debe de ser uso de allá [en] la corte". ¡Buen uso, trato extremado! ¡Más no se usara en Sodoma; que otro con la novia coma, y que ayune el desposado! Pues el otro bellacón, a cuanto comer quería, "¿Esto no come?", decía. "No tenéis, señor, razón". Y de delante, al momento me lo quitaba, corrido. ¡Esto bien sé yo que ha sido culebra, y no casamiento! Ya no se puede sufrir ni entre cristianos pasar; y acabando de cenar con los dos, ¿mas que a dormir se ha de ir también, si porfía, con nosotros, y ha de ser el llegar yo a mi mujer "Grosería, grosería?" Ya viene, no me resisto, aquí me quiero esconder, pero ya no puede ser, que imagino que me ha visto. Sale don JUAN Tenorio JUAN: Batricio. BATRICIO: Su señoría, ¿qué manda? JUAN: Haceros saber... BATRICIO: (¡Mas que ha de venir a ser Aparte alguna desdicha mía!) JUAN: ...que ha muchos días, Batricio, que a Aminta el alma le di, y he gozado... BATRICIO: ¿Su honor? JUAN: Sí. BATRICIO: Manifiesto y claro indicio de lo que he llegado a ver; que si bien no le quisiera, nunca a su casa viniera; al fin, al fin es mujer. JUAN: Al fin, Aminta celosa, o quizá desesperada de verse de mí olvidada, y de ajeno dueño esposa, esta carta me escribió enviándome a llamar, y yo prometí gozar lo que el alma prometió. Esto pasa de esta suerte, dad a vuestra vida un medio, que le daré sin remedio, a quien lo impida la muerte. BATRICIO: Si tú en mi elección lo pones, tu gusto pretendo hacer, que el honor y la mujer son males en opiniones. La mujer en opinión, siempre más pierde que gana, que son como la campana que se estima por el son, y ansí es cosa averiguada, que opinión viene a perder, cuando cualquiera mujer suena a campana quebrada. No quiero, pues me reduces el bien que mi amor ordena, mujer entre mala y buena, que es moneda entre dos luces. Gózala, señor, mil años, que yo quiero resistir, desengañar y morir, y no vivir con engaños. Vase BATRICIO JUAN: Con el honor le vencí, porque siempre los villanos tienen su honor en las manos, y siempre miran por sí; que por tantas variedades, es bien que se entienda y crea, que el honor se fue al aldea huyendo de las ciudades. Pero antes de hacer el daño le pretendo reparar. A su padre voy a hablar, para autorizar mi engaño. Bien lo supe negociar; gozarla esta noche espero, la noche camina, y quiero su viejo padre llamar. ¡Estrellas que me alumbráis, dadme en este engaño suerte, si el galardón en la muerte, tan largo me lo guardáis! Vase don JUAN. Salen AMINTA y BELISA BELISA: Mira que vendrá tu esposo. Entra a desnudarte, Aminta. AMINTA: De estas infelices bodas no sé qué siento, Belisa. Todo hoy mi Batricio ha estado bañando en melancolía, todo en confusión y celos. ¡Mirad qué grande desdicha! Di, ¿qué caballero es éste que de mi esposo me priva? ¡La desvergüenza en España se ha hecho caballería! [Déjame, que estoy sin seso,] déjame, que estoy corrida. ¡Mal hubiese el caballero que mis contentos me quita! BELISA: Calla, que pienso que viene; que nadie en la casa pisa de un desposado tan recio. AMINTA: Queda a Dios, Belisa mía. BELISA: Desenójale en los brazos. AMINTA: Plega a los cielos que sirvan mis suspiros de requiebros, mis lágrimas de caricias. Vanse AMINTA y BELISA. Salen don JUAN, CATALINÓN y GASENO JUAN: Gaseno, quedad con Dios. GASENO: Acompañaros querría por darle de esta ventura el parabién a mi hija. JUAN: Tiempo mañana nos queda. GASENO: Bien decís, el alma mía en la muchacha os ofrezco. JUAN: Mi esposa decid. Vase GASENO Ensilla, Catalinón. CATALINÓN: ¿Para cuándo? JUAN: Para el alba, que, de risa muerta, ha de salir mañana de este engaño. CATALINÓN: Allá en Lebrija, señor, nos está aguardando otra boda. Por tu vida que despaches presto en ésta. JUAN: La burla más escogida de todas ha de ser ésta. CATALINÓN: Que saliésemos querría de todas bien. JUAN: Si es mi padre el dueño de la justicia, y es la privanza del rey, ¿qué temes? CATALINÓN: De los que privan suele Dios tomar venganza, si delitos no castigan, y se suelen en el juego perder también los que miran. Yo he sido mirón del tuyo y por mirón no querría que me cogiese algún rayo, y me trocase en cecina. JUAN: Vete, ensilla, que mañana he de dormir en Sevilla. CATALINÓN: ¿En Sevilla? JUAN: Sí. CATALINÓN: ¿Qué dices? Mira lo que has hecho, y mira que hasta la muerte, señor, es corta la mayor vida; y que hay tras la muerte imperio. JUAN: Si tan largo me lo fías, ¡vengan engaños! CATALINÓN: ¡Señor! JUAN: Vete, que ya me amohinas con tus temores extraños. CATALINÓN: (Fuerza al turco, fuerza al scita, Aparte al persa, y al caramanto, al gallego, al troglodita, al alemán y al Japón, al sastre con la agujita de oro en la mano, imitando continuo a la blanca niña.) Vase CATALINÓN JUAN: La noche en negro silencio se extiende, y ya las cabrillas entre racimos de estrellas el polo más alto pisan. Yo quiero poner mi engaño por obra, el amor me guía a mi inclinación, de quien no hay hombre que se resista. Quiero llegar a la cama. ¡Aminta! Sale AMINTA, como que está acostada AMINTA: ¿Quién llama a Aminta? ¿Es mi Batricio? JUAN: No soy tu Batricio. AMINTA: Pues, ¿quién? JUAN: Mira de espacio, Aminta, quién soy. AMINTA: ¡Ay de mí! Yo soy perdida. ¿En mi aposento a estas horas? JUAN: Éstas son las obras mías. AMINTA: Volvéos, que daré voces, no excedáis la cortesía que a mi Batricio se debe, ved que hay romanas Emilias en Dos Hermanas también, y hay Lucrecias vengativas. JUAN: Escúchame dos palabras, y esconde de las mejillas en el corazón la grana, por ti más preciosa y rica. AMINTA: Vete, que vendrá mi esposo. JUAN: Yo lo soy. ¿De qué te admiras? AMINTA: ¿Desde cuándo? JUAN: Desde agora. AMINTA: ¿Quién lo ha tratado? JUAN: Mi dicha. AMINTA: ¿Y quién nos casó? JUAN: Tus ojos. AMINTA: ¿Con qué poder? JUAN: Con la vista. AMINTA: ¿Sábelo Batricio? JUAN: Sí, que te olvida. AMINTA: ¿Que me olvida? JUAN: Sí, que yo te adoro. AMINTA: ¿Cómo? JUAN: Con mis dos brazos. AMINTA: Desvía. JUAN: ¿Cómo puedo, si es verdad que muero? AMINTA: ¡Qué gran mentira! JUAN: Aminta, escucha y sabrás, si quieres que te lo diga, la verdad, que las mujeres sois de verdades amigas. Yo soy noble caballero, cabeza de la familia de los Tenorios antiguos, ganadores de Sevilla. Mi padre, después del rey, se reverencia y se estima, y, en la corte, de sus labios pende la muertes o la vida. Corriendo el camino acaso, llegué a verte, que Amor guía tal vez las cosas de suerte que él mismo de ellas se olvida. Víte, adoréte, abraséme, tanto que tu amor me obliga a que contigo me case. Mira qué acción tan precisa. Y aunque lo murmure el [reino], y aunque el rey lo contradiga, y aunque mi padre enojado con amenazas lo impida, tu esposo tengo de ser, [dando en tus ojos envidia a los que viere en su sangre la venganza que imagina. Ya Batricio ha desistido de su acción, y aquí me envía tu padre a darte la mano.] ¿Qué dices? AMINTA: No sé qué diga, que se encubren tus verdades con retóricas mentiras. Porque si estoy desposada, como es cosa conocida, con Batricio, el matrimonio no se absuelve, aunque él desista. JUAN: En no siendo [consumado], por engaño o por malicia puede anularse. AMINTA: [Es verdad; mas ¡ay Dios!, que no querría que me dejases burlada, cuando mi esposo me quitas.] JUAN: Ahora bien, dame esa mano, y esta voluntad confirma con ella. AMINTA: ¿Que no me engañas? JUAN: Mío el engaño sería. AMINTA: Pues jura que cumplirás la palabra prometida. JUAN: Juro a esta mano, señora, infierno de nieve fría, de cumplirte la palabra. AMINTA: Jura a Dios, que te maldiga si no la cumples. JUAN: Si acaso la palabra y la fe mía te faltare, ruego a Dios que a traición y a alevosía, me dé muerte un hombre muerto. (Que vivo, Dios no permita). Aparte AMINTA: Pues con ese juramento soy tu esposa. JUAN: El alma mía entre los brazos te ofrezco. AMINTA: Tuya es el alma y la vida. JUAN: ¡Ay, Aminta de mis ojos!, mañana sobre virillas de tersa plata, estrellada con clavos de oro de Tíbar, pondrás los hermosos pies, y en prisión de gargantillas la alabastrina garganta, y los dedos en sortijas en cuyo engaste parezcan [estrellas las amatistas; y en tus orejas pondrás] transparentes perlas finas. AMINTA: A tu voluntad, esposo, la mía desde hoy se inclina. Tuya soy. JUAN: (¡Qué mal conoces Aparte al burlador de Sevilla!) Vanse don JUAN y AMINTA. Salen ISABELA y FABIO, de camino ISABELA: ¡Que me robase el dueño la prenda que estimaba, y más quería! ¡Oh, riguroso empeño de la verdad! ¡Oh, máscara del día! ¡Noche al fin tenebrosa, antípoda del sol, del sueño esposa! FABIO: ¿De qué sirve, Isabela, el amor en el alma y en los ojos, si Amor todo es cautela y en campos de desdenes causa enojos, y el que se ríe agora, en breve espacio desventuras llora? El mar está alterado, y en grave temporal, tiempoo socorre; el abrigo han tomado las galeras, duquesa, de la torre que esta playa corona. ISABELA: ¿Adónde estamos, [Fabio]? FABIO: En Tarragona. [Y] de aquí a poco espacio daremos en Valencia, ciudad bella, del mismo sol palacio, divertiráse algunos días en ella; y después a Sevilla irás a ver la octava maravilla. Que si a Octavio perdiste más galán es don Juan, y de [notorio] solar. ¿De qué estás triste? Conde dicen que es ya don Juan Tenorio, el rey con él te casa, y el padre es la privanza de su casa. ISABELA: No nace mi tristeza de ser esposa de don Juan, que el mundo conoce su nobleza; en la esparcida voz mi agravio fundo, que esta opinión perdida he de llorar mientras tuviere vida. FABIO: Allí una pescadora tiernamente suspira y se lamenta, y dulcemente llora. Acá viene sin duda, y verte intenta. Mientras llamo tu gente, lamentaréis las dos más dulcemente. Vase FABIO, y sale TISBEA TISBEA: Robusto mar de España, ondas de fuego, fugitivas ondas, Troya de mi cabaña, que ya el fuego por mares y por ondas en sus abismos fragua y [ya] el mar forma por las llamas de agua. ¡Maldito el leño sea que a tu amargo cristal halló [camino], antojo de Medea, tu cáñamo primero, o primer lino aspado de los vientos, para telas de engaños e instrumentos! ISABELA: ¿Por qué del mar te quejas tan tiernamente, hermosa pescadora? TISBEA: Al mar formo mil quejas. ¡Dichosa vos, que en su tormento agora de él os estáis riendo! ISABELA: También quejas del mar estoy haciendo. ¿De dónde sois? TISBEA: De aquellas cabañas que miráis del viento heridas, tan victoriosoa entre ellas, cuyas pobres paredes desparcidas van en pedazos graves, dándole mil graznidos a las aves. En sus pajas me dieron corazón de fortísimo diamante, mas las obras me hicieron de este monstruo que ves tan arrogante ablandarme, de suerte que al sol la cera es más robusta y fuerte. ¿Sois vos la Europa hermosa, que esos toros os llevan? ISABELA: [A Sevilla] llévanme a ser esposa contra mi voluntad. TISBEA: Si mi mancilla a lástima os provoca, y si injurias del mar os tienen loca, en vuestra compañía para serviros como humilde esclava me llevad, que querría, si el dolor o la afrenta no me acaba, pedir al rey justicia de un engaño crüel, de una malicia. Del agua derrotado a esta tierra llegó don Juan Tenorio difunto y anegado; amparéle, hospedéle, en tan notorio peligro, y el vil huésped víbora fue a mi planta el tierno césped. Con palabra de esposo, la que de nuestra costa burla hacía, se rindió al engañoso. ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! Fuése al fin y dejóme, mira si es justo que venganza tome. ISABELA: ¡Calla, mujer maldita! ¡Vete de mi presencia, que me has muerto! Mas, si el dolor te incita no tienes culpa tú. Prosigue, [¿es cierto?] TISBEA: ¡La dicha furia mía! ISABELA: ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! [Pero sin duda el cielo a ver estas cabañas me ha traído, y de ti mi consuelo en tan grave pasión ha renacido para venganza mía. ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! TISBEA: ¡Que me llevéis os ruego con vos, señora, a mí y a un viejo padre, porque de aqueste fuego la venganza me dé que más me cuadre, y al rey pida justicia de este engaño y traición, de esta malicia! Anfriso, en cuyos brazos me pensé ver en tálamo dichoso, dándole eternos lazos, conmigo ha de ir, que quiere ser mi esposo.] ISABELA: Ven en mi compañía. TISBEA: ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! Vanse ISABELA y TISBEA. Salen don JUAN y CATALINÓN CATALINÓN: Todo enmaletado está. JUAN: ¿Cómo? CATALINÓN: Que Octavio ha sabido la traición de Italia ya, y el de la Mota ofendido de ti justas quejas da, y dice, al fin que el recado que de su prima le diste fue fingido y simulado, y con su capa emprendiste la traición que le ha infamado. Dicen que viene Isabela a que seas su marido, y dicen... JUAN: ¡Calla! CATALINÓN: ¡Una muela en la boca me has rompido! JUAN: Hablador, ¿quién te revela tanto disparate junto? [CATALINÓN: ¿Disparate? JUAN: Disparate.] CATALINÓN: Verdades son. JUAN: No pregunto si lo son, cuando me mate Octavio. ¿Estoy yo difunto? ¿No tengo manos también? ¿Dónde me tienes posada? CATALINÓN: En la calle oculta. JUAN: Bien. CATALINÓN: La iglesia es tierra sagrada. JUAN: Di que de día me den en ella la muerte. ¿Viste al novio de Dos Hermanas? CATALINÓN: También le vi, ansiado y triste. JUAN: Aminta estas dos semanas no ha de caer en el chiste. CATALINÓN: Tan bien engañada está que se llama doña Aminta. JUAN: Graciosa burla será. CATALINÓN: Graciosa burla, y sucinta, mas siempre la llorará. Descúbrese un sepulcro de don GONZALO de Ulloa JUAN: ¿Qué sepulcro es éste? CATALINÓN: Aquí don Gonzalo está enterrado. JUAN: Éste es el que muerte di. Gran sepulcro le han labrado. CATALINÓN: Ordenólo el rey ansí. ¿Cómo dice este letrero? JUAN: "Aquí aguarda del Señor el más leal caballero la venganza de un traidor". Del mote reírme quiero. Y, ¿habéisos vos de vengar, buen viejo, barbas de piedra? CATALINÓN: No se las podrá pelar, que en barbas muy fuertes medra. JUAN: Aquesta noche a cenar os aguardo en mi posada; allí el desafío haremos, si la venganza os agrada, y... aunque mal reñir podremos, si es de piedra vuestra espada. CATALINÓN: Ya, señor, ha anochecido, vámonos a recoger. JUAN: Larga esta venganza ha sido; si es que vos la habéis de hacer, importa no estar dormido. Que si a la muerte aguardáis la venganza, la esperanza agora es bien que perdáis, pues vuestro enojo, y venganza, tan largo me lo fiáis. Vanse don JUAN y CATALINÓN. Ponen la mesa dos criados CRIADO 1: Quiero apercibir la mesa que vendrá a cenar don Juan. CRIADO 2: Puestas las mesas están. ¡Qué flema tiene si [enfrena]! Ya tarda como solía mi señor, no me contenta; la bebida se calienta, y la comida se enfría. Mas ¿quién a don Juan ordena este desorden? Salen don JUAN y CATALINÓN JUAN: ¿Cerraste? CATALINÓN: Ya cerré como mandaste. JUAN: ¡Hola, tráiganme la cena! CRIADO 1: Ya está aquí. JUAN: Catalinón, siéntate. CATALINÓN: Yo soy amigo de cenar de espacio. JUAN: ¡Digo que te sientes! CATALINÓN: La razón haré. CRIADO : (También es camino Aparte éste, si cena con él.) JUAN: Siéntate. Un golpe dentro CATALINÓN: Golpe es aquél. JUAN: Que llamaron imagino. Mira quién es. CRIADO : Voy volando. CATALINÓN: ¿Si es la justicia, señor? JUAN: Sea, no tengas temor. Vuelve el CRIADO huyendo ¿Quién es? ¿De qué estás temblando? CATALINÓN: De algún mal da testimonio. JUAN: Mal mi cólera resisto. Habla, responde, ¿qué has visto? ¿Asombróte algún demonio? Ve tú, y mira aquella puerta, ¡presto, acaba! CATALINÓN: ¿Yo? JUAN: Tú, pues. ¡Acaba, menea los pies! CATALINÓN: A mi abuela hallaron muerta, como racimo colgada, y desde entonces se suena que anda siempre su alma en pena. ¡Tanto golpe no me agrada! JUAN: Acaba. CATALINÓN: ¡Señor, si sabes que soy un Catalinón! JUAN: Acaba. CATALINÓN: Fuerte ocasión. JUAN: ¿No vas? CATALINÓN: ¿Quién tiene las llaves de la puerta? CRIADO 1: Con la aldaba está cerrada no más. JUAN: ¿Qué tienes? ¿Por qué no vas? CATALINÓN: ¡Hoy Catalinón acaba! Mas, ¿si las forzadas vienen a vengarse de los dos? Llega CATALINÓN a la puerta, y viene corriendo, cae y levántase JUAN: ¿Qué es eso? CATALINÓN: ¡Válgame Dios, que me matan, que me tienen! JUAN: ¿Quién te tiene? ¿Quién te mata? ¿Qué has visto? CATALINÓN: Señor, yo allí vide, cuando luego fui... ¿Quién me ase, quién me arrebata? Llegué, cuando después ciego, cuando vile, ¡juro a Dios! habló, y dijo, ¿quién sois vos? Respondió, respondí. Luego, Topé y vide... JUAN: ¿A quién? CATALINÓN: No sé. JUAN: ¡Como el vino desatina! Dame la vela, gallina, y yo a quien llama veré. Toma don JUAN la vela, y llega a la puerta, sale al encuentro don GONZALO, en la forma que estaba en el sepulcro, y don JUAN se retira atrás turbado, empuñando la espada, y en la otra la vela, y don GONZALO hacia él con pasos menudos, y al compás don JUAN,retirándose, hasta estar en medios del teatro JUAN: ¿Quién va? GONZALO: Yo soy. JUAN: ¿Quién sois vos? GONZALO: Soy el caballero honrado que a cenar has convidado. JUAN: Cena habrá para los dos, y si vienen más contigo, para todos cena habrá. Ya puesta la mesa está. Siéntate. CATALINÓN: ¡Dios sea conmigo, San Panuncio, san Antón! Pues ¿los muertos comen? Di. Por señas dice que sí. JUAN: Siéntate, Catalinón. CATALINÓN: No señor, yo lo recibo por cenado. JUAN: Es desconcierto. ¿Qué temor tienes a un muerto? ¿Qué hicieras estando vivo? Necio y villano temor. CATALINÓN: Cena con tu convidado, que yo, señor, ya he cenado. JUAN: ¿He de enojarme? CATALINÓN: Señor, ¡vive Dios que huelo mal! JUAN: Llega, que aguardando estoy. CATALINÓN: Yo pienso que muerto soy y está muerto mi arrabal. Tiemblan los CRIADOS JUAN: Y vosotros, ¿qué decís y qué hacéis? Necio temblar. CATALINÓN: Nunca quisiera cenar con gente de otro país. ¿Yo, señor, con convidado de piedra? JUAN: ¡Necio temer! Si es piedra, ¿qué te ha de hacer? CATALINÓN: Dejarme descalabrado. JUAN: Háblale con cortesía. CATALINÓN: ¿Está bueno? ¿Es buena tierra la otra vida? ¿Es llano o sierra? ¿Prémiase allá la poesía? CRIADO 2: A todo dice que sí con la cabeza. CATALINÓN: ¿Hay allá muchas tabernas? Sí habrá, si no se reside allá. JUAN: ¡Hola, dadnos de cenar! CATALINÓN Señor muerto, ¿allá se bebe con nieve? Baja la cabeza don GONZALO ¡Así que hay nieve! ¡Buen país! JUAN: Si oír cantar queréis, cantarán. Baja la cabeza don GONZALO CRIADO 1: Sí, dijo. JUAN: Cantad. CATALINÓN: Tiene el señor muerto buen gusto. CRIADO 2: Es noble por cierto, y amigo de regocijo. Cantan dentro MÚSICOS: "Si de mi amar aguardáis, señora, de aquesta suerte, el galardón en la muerte, ¡qué largo me lo fiáis!" CATALINÓN: O es sin duda veraniego el seor muerto, o debe ser hombre de poco comer. Temblando al plato me llego. Bebe Poco beben por allá, yo beberé por los dos. ¡Brindis de piedra, por Dios, menos temor tengo ya! MÚSICOS: "Si ese plazo me convida para que gozaros pueda, pues larga vida me queda, dejad que pase la vida. Si de mi amor aguardáis, señora, de aquesta suerte, el galardón en la muerte, ¡qué largo me lo fiáis!" CATALINÓN: ¿Con cuál de tantas mujeres como has burlado, señor, hablan? JUAN: De todas me río, amigo, en esta ocasión. En Nápoles a Isabela. CATALINÓN: Ésa, señor, ya no es, [no], burlada, porque se casa contigo, como es razón. Burlaste a la pescadora que del mar te redimió, pagándole el hospedaje en moneda de rigor. Burlaste a doña Ana... JUAN: Calla, que hay parte aquí que lastó por ella, y vengarse aguarda. CATALINÓN: Hombre es de mucho valor, que él es piedra, tú eres carne, no es buena resolución. GONZALO hace señas, que se quite la mesa, y queden solos JUAN: Hola, quitad esa mesa, que hace señas que los dos nos quedemos, y se vayan los demás. CATALINÓN: Malo, por Dios, no te quedes, porque hay muerto que mata de un mojicón a un gigante. JUAN: Salíos todos, a ser yo Catalinón. "Vete que viene." Vanse, y quedan los dos solos, y hace señas que cierre la puerta La puerta ya está cerrada, y ya estoy aguardando. Di qué quieres, sombra, fantasma o visión. Si andas en pena, o si buscas alguna satisfacción, para tu remedio, dilo, que mi palabra te doy de hacer lo que ordenares. ¿Estás gozando de Dios? [¿Eres alma condenada o de la eterna región?] ¿Díte la muerte en pecado? Habla, que aguardando estoy. Paso, como cosa del otro mundo GONZALO: ¿Cumplirásme una palabra como caballero? JUAN: Honor tengo, y las palabras cumplo, porque caballero soy. GONZALO: Dame esa mano, no temas. JUAN: ¿Eso dices? ¿Yo temor? Si fueras el mismo infierno la mano te diera yo. Dale la mano GONZALO: Bajo esa palabra y mano mañana a las diez, estoy para cenar aguardando. ¿Irás? JUAN: Empresa mayor entendí que me pedías. Mañana tu huésped soy. ¿Dónde he de ir? GONZALO: A la capilla. JUAN: ¿Iré solo? GONZALO: ¡No, los dos! Y cúmpleme la palabra como la he cumplido yo. JUAN: Digo que la cumpliré, que soy Tenorio. GONZALO: Y yo soy Ulloa. JUAN: Yo iré sin falta. GONZALO: Y yo lo creo. Adiós. Va a la puerta JUAN: Aguarda, iréte alumbrando. GONZALO: No alumbres, que en gracia estoy. Vase GONZALO muy poco a poco, mirando a don JUAN, y don JUAN a él, hasta que desaparece, y queda don JUAN con pavor JUAN: ¡Válgame Dios! Todo el cuerpo se ha bañado de un sudor, y dentro de las entrañas se me hiela el corazón. Cuando me tomó la mano de suerte me la apretó, que un infierno parecía. Jamás vide tal calor! Un aliento respiraba, organizando la voz tan frío, que parecía infernal respiración. Pero todas son ideas que da la imaginación. el temor ¡y temer muertos es más villano temor! Que si un cuerpo noble, vivo, con potencias y razón, y con alma, no se teme, ¿quién cuerpos muertos temió? Mañana iré a la capilla, donde convidado estoy, porque se admire y espante Sevilla de mi valor. Vase don JUAN. Sale el REY, don DIEGO Tenorio, y acompañamiento REY: ¿Llegó al fin Isabela? DIEGO: Y disgustada. REY: Pues ¿no ha tomado bien el casamiento? DIEGO: Siente, señor, el nombre de infamada. REY: De otra causa precede su tormento, ¿dónde está? DIEGO: En el convento está alojada de las Descalzas. REY: Salga del convento luego al punto, que quiero que en palacio asista con la reina, más de espacio. DIEGO: Si ha de ser con don Juan el desposorio, manda, señor, que tu presencia vea. REY: Véame, y galán salga, que notorio quiero que este placer al mundo sea. Conde será desde hoy, don Juan Tenorio, de Lebrija, él la mande y la posea; que, si Isabela a un duque corresponde, ya que ha perdido un duque, gane un conde. DIEGO: Todos por la merced, tus pies besamos. REY: Merecéis mi favor tan dignamente, que, si aquí los servicios ponderamos, me quedo atrás con el favor presente. Paréceme, don Diego, que hoy hagamos las bodas de doña Ana juntamente. DIEGO: ¿Con Octavio? REY: No es bien que el duque Octavio sea el restaurador de aqueste agravio. Doña Ana, con la reina, me ha pedido que perdone al marqués, porque doña Ana, ya que el padre murió, quiere marido, porque si le perdió, con él le gana. Iréis con poca gente, y sin rüido luego a hablarle, a la fuerza de Trïana, y, por satisfacción, y por su abono, de su agraviada prima, le perdono. DIEGO: Ya he visto lo que tanto deseaba. REY: Que esta noche han de ser, podéis decirle, los desposorios. DIEGO: Todo en bien se acaba; fácil será el marqués el persuadirle, que de su prima amartelado estaba. REY: También podéis a Octavio prevenirle. Desdichado es el duque con mujeres, son todas opinión, y pareceres. Hanme dicho que está muy enojado con don Juan. DIEGO: No me espanto, si ha sabido de don Juan el delito averiguado que la causa de tanto daño ha sido. El duque viene. REY: No dejéis mi lado, que en el delito sois comprehendido. Sale el duque OCTAVIO OCTAVIO: Los pies, invicto rey, me dé tu alteza. REY: Alzad, duque, y cubrid vuestra cabeza. ¿Qué pedís? OCTAVIO: Vengo a pediros, postrado ante vuestras plantas, una merced, cosa justa, digna de serme otorgada. REY: Duque, como justa sea, digo que os doy mi palabra de otorgárosla. Pedid. OCTAVIO: Ya sabes, señor, por cartas de tu embajador, y el mundo por la lengua de la fama. Sabes que don Juan Tenorio, con española arrogancia, en Nápoles, una noche, ¡para mí noche tan mala! con mi nombre profanó el sagrado de una dama. REY: No pases más adelante, ya supe vuestra desgracia, en efecto. ¿Qué pedís? OCTAVIO: Licencia que en la campaña defienda cómo es traidor. DIEGO: Eso no, su sangre clara es tan honrada. REY: ¡Don Diego...! DIEGO: ¿Señor...? OCTAVIO: ¿Quién eres, que hablas en la presencia del rey de esa suerte? DIEGO: [Soy] quien calla porque me lo manda el rey, que si no, con esta espada te respondiera. OCTAVIO: Eres viejo. DIEGO: Yo he sido mozo en Italia, a vuestro pesar un tiempo. Ya conocieron mi espada en Nápoles y en Milán. OCTAVIO: Tienes ya la sangre helada, no vale "fui", sino "soy". Empuña don DIEGO DIEGO: Pues fui, y soy. REY: Tened, basta, bueno está. Callad don Diego, que a mi persona se guarda poco respeto, y vos, duque, después que las bodas se hagan, más de espacio [me] hablaréis. Gentilhombre de mi cámara es don Juan, y hechura mía, y de aqueste tronco rama. Mirad por él. OCTAVIO: Yo lo haré, gran señor, como lo mandas. REY: Venid conmigo, don Diego. DIEGO: ¡Ay hijo, qué mal me pagas el amor que te he tenido! Duque... OCTAVIO: Gran señor... REY: Mañana vuestras bodas han de hacer. OCTAVIO: Háganse, pues tú lo mandas. Vase el REY y don DIEGO, y salen GASENO y AMINTA GASENO: Este señor nos dirá dónde está don Juan Tenorio. Señor, ¿Si está por acá un don Juan, a quien notorio ya su apellido será? OCTAVIO: Don Juan Tenorio diréis. AMINTA: Sí, señor, ese don Juan. OCTAVIO: Aquí está. ¿Qué le queréis? AMINTA: Es mi esposo ese galán. OCTAVIO: ¿Cómo? AMINTA: Pues, ¿no lo sabéis siendo del Alcázar vos? OCTAVIO: No me ha dicho don Juan nada. GASENO: ¿Es posible? OCTAVIO: Sí, por Dios. GASENO: Doña Aminta es muy honrada cuando se casen los dos, que cristiana vieja es hasta los huesos, y tiene de la hacienda el interés [y a su virtud aun le aviene] más bien que un conde, un marqués. Casóse don Juan con ella, y quitósela a Batricio. AMINTA: Decid cómo fue doncella a su poder. GASENO: No es jüicio esto, ni aquesta querella. OCTAVIO: (Ésta es burla de don Juan, Aparte y para venganza mía éstos diciéndola están.) ¿Qué pedís al fin? GASENO: Querría, porque los días se van, que se hiciese el casamiento, o querellarme ante el rey. OCTAVIO: Digo que es justo ese intento. GASENO: Y razón, y justa ley. OCTAVIO: (Medida a mi pensamiento Aparte ha venido la ocasión.) En el Alcázar tenemos bodas. AMINTA: ¿Si las mías son? OCTAVIO: Quiero, para que acertemos valerme de una invención. Venid donde os vestiréis, señora, a lo cortesano, y a un cuarto del rey saldréis conmigo. AMINTA: Vos de la mano a don Juan me llevaréis. OCTAVIO: (Que de esta suerte es cautela). Aparte GASENO: El arbitrio me consuela. OCTAVIO: (Éstos venganza me dan Aparte de aqueste traidor don Juan y el agravio de Isabela.) Vanse todos. Salen don JUAN y CATALINÓN CATALINÓN: ¿Cómo el rey te recibió? JUAN: Con más amor que mi padre. CATALINÓN: ¿Viste a Isabela? JUAN: También. CATALINÓN: ¿Cómo viene? JUAN: Como un ángel. CATALINÓN: ¿Recibióte bien? JUAN: El rostro bañado de leche, y sangre, como la rosa que al alba despierta la débil [carne]. CATALINÓN: ¿Al fin esta noche son las bodas? JUAN: Sin falta. CATALINÓN: Fiambres hubieran sido, no hubieras, señor, engañado a tales. Pero tú tomas esposa, señor, con cargas muy grandes. JUAN: Di, ¿comienzas a ser necio? CATALINÓN: Y podrás muy bien casarte mañana, que hoy es mal día. JUAN: Pues ¿qué día es hoy? CATALINÓN: Es martes. JUAN: Mil embusteros y locos dan en esos disparates. Sólo aquél llamo mal día, acïago y detestable, en que no tengo dineros, que los demás es donaire. CATALINÓN: Vamos, si te has de vestir, que te aguardan y ya es tarde. JUAN: Otro negocio tenemos que hacer, aunque nos aguarden. CATALINÓN: ¿Cuál es? JUAN: Cenar con el muerto. CATALINÓN: Necedad de necedades. JUAN: ¿No ves que di mi palabra? CATALINÓN: Y cuando se la quebrantes, ¿qué importa? ¿Ha de pedirte una figura de jaspe la palabra? JUAN: Podrá el muerto llamarme a voces infame. CATALINÓN: Ya está cerrada la iglesia. JUAN: Llama. CATALINÓN: ¿Qué importa que llame? ¿Quién tiene de abrir, que están durmiendo los sacristanes? JUAN: Llama a ese postigo. CATALINÓN: Abierto está. JUAN: Pues entra. CATALINÓN: ¡Entre un fraile con hisopo y con estola! JUAN: Sígueme y calla. CATALINÓN: ¿Que calle? JUAN: Sí. CATALINÓN: [Ya callo.] ¡Dios en paz de estos convites me saque! Entran por una puerta y salen por otra ¡Qué oscura que está la iglesia, señor, para ser tan grande! ¡Ay de mí! ¡Tenme, señor, porque de la capa me asen! Sale don GONZALO como de antes y encuéntrase con ellos JUAN: ¿Quién va? GONZALO: Yo soy. CATALINÓN: Muerto estoy. GONZALO: El muerto soy, no te espantes, no entendí que me cumplieras la palabra, según haces de todos burla. JUAN: ¿Me tienes en opinión de cobarde? GONZALO: Sí, que aquella noche huíste de mí, cuando me mataste. JUAN: Huí de ser conocido, mas ya me tienes delante, di presto lo que me quieres. GONZALO: Quiero a cenar convidarte. CATALINÓN: Aquí excusamos la cena, que toda ha de ser fiambre pues no parece cocina [si al convidado le mate]. JUAN: Cenemos. GONZALO: Para cenar es menester que levantes esa tumba. JUAN: Y si te importa levantaré esos pilares. GONZALO: Valiente estás. JUAN: Tengo brío, y corazón en las carnes. CATALINÓN: Mesa de Guinea es ésta, pues, ¿no hay por allá quien lave? GONZALO: Siéntate. JUAN: ¿Adónde? CATALINÓN: Con sillas vienen ya dos negros pajes. Salen dos enlutados con sillas ¿También acá se usan lutos y bayeticas de Flandes? GONZALO: Siéntate [tú]. CATALINÓN: Yo, señor, he merendado esta tarde. [Cena con tu convidado. GONZALO: Ea, pues, ¿he de enojarme?] No repliques. CATALINÓN: No replico. Dios en paz de esto me saque. ¿Qué plato es éste, señor? GONZALO: Este plato es de alacranes y víboras. CATALINÓN: ¡Gentil plato [para el que trae buena hambre! ¿Es bueno el vino, señor? GONZALO: Pruébale. CATALINÓN: ¡Hiel y vinagre es este vino! GONZALO: Este vino exprimen nuestros lagares ¿No comes tú? JUAN: Comeré si me dieses áspid a áspid cuanto el infierno tiene. GONZALO: También quiero que te canten.] Canten MÚSICOS: "Adviertan los que de Dios juzgan los castigos grandes que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague". CATALINÓN: Malo es esto, vive Cristo, que he entendido este romance, y que con nosotros habla. JUAN: Un hielo el pecho me abrase. Canten MÚSICOS: "Mientras en el mundo viva, no es justo que diga nadie ¡qué largo me lo fiáis!, siendo tan breve el cobrarse". CATALINÓN: ¿De qué es este guisadillo? GONZALO: De uñas. CATALINÓN: De uñas de sastre será, si es guisado de uñas. JUAN: Ya he cenado, haz que levanten la mesa. GONZALO: Dame esa mano. No temas, la mano dame. JUAN: ¿Eso dices? ¿Yo temor? ¡Que me abraso! No me abrases con tu fuego. GONZALO: Éste es poco para el fuego que buscaste. Las maravillas de Dios son, don Juan, investigables, y así quiere que tus culpas a manos de un muerto pagues, y, si pagas de esta suerte las doncellas que burlaste, ésta es justicia de Dios. Quien tal hace, que tal pague. JUAN: ¡Que me abraso, no me aprietes! Con la daga he de matarte, mas, ¡ay, que me canso en vano de tirar golpes al aire! A tu hija no ofendí, que vio mis engaños antes. GONZALO: No importa, que ya pusiste tu intento. JUAN: Deja que llame quien me confiese y absuelva. GONZALO: No hay lugar, ya acuerdas tarde. JUAN: ¡Que me quemo! ¡Que me abraso! Muerto soy. Cae muerto don JUAN CATALINÓN: No hay quien se escape, que aquí tengo de morir también por acompañarte. GONZALO: Ésta es justicia de Dios. Quien tal hace, que tal pague. Húndese el sepulcro con don JUAN, y don GONZALO, con mucho ruido, y sale CATALINÓN arrastrando CATALINÓN: ¡Válgame Dios! ¿Qué es aquesto? Toda la capilla se arde, y con el muerto he quedado, para que le vele y guarde. Arrastrando como pueda, iré a avisar a su padre. ¡San Jorge, san Agnus Dei, sacadme en paz a la calle! Vase CATALINÓN. Salen el REY, don DIEGO y acompañamiento DIEGO: Ya el marqués, señor, espera besar vuestros pies reales. REY: Entre luego y avisad al conde, porque no aguarde. Salen BATRICIO y GASENO BATRICIO: ¿Dónde, señor, se permiten desenvolturas tan grandes, que tus crïados afrenten a los hombres miserables? REY: ¿Qué dices? BATRICIO: Don Juan Tenorio, alevoso y detestable, la noche del casamiento, antes que le consumase, a mi mujer me quitó, testigos tengo delante. Salen TISBEA e ISABELA y acompañamiento TISBEA: Si vuestra alteza, señor, de don Juan Tenorio no hace justicia, a Dios y a los hombres, mientras viva he de quejarme. Derrotado le echó el mar, díle vida y hospedaje, y pagóme esta amistad con mentirme y engañarme con nombre de mi marido. REY: ¿Qué dices? ISABELA: Dice verdades. Salen AMINTA y el duque OCTAVIO AMINTA: ¿Adónde mi esposo está? REY: ¿Quién es? AMINTA: Pues, ¿aún no lo sabe? El señor don Juan Tenorio, con quien vengo a desposarme, porque me debe el honor, y es noble, y no ha de negarme. Manda que nos desposemos. REY: [Prendedle luego y matadle.] Sale el marqués de la MOTA MOTA: Pues es tiempo, gran señor, que a luz verdades se saquen, sabrás que don Juan Tenorio la culpa que me imputaste tuvo él, pues como amigo pudo él, crüel, engañarme de que tengo dos testigos. REY: ¿Hay desvergüenza tan grande? DIEGO: En premio de mis servicios haz que le prendan, y pague sus culpas, porque del cielo rayos contra mí no bajen, siendo mi hijo tan malo. REY: ¿Esto mis privados hacen? Sale CATALINÓN CATALINÓN: Señor, escuchad, oíd el suceso más notable que en el mundo ha sucedido, y en oyéndome matadme. Don Juan, del comendador haciendo burla una tarde, después de haberle quitado las dos prendas que más valen, tirando al bulto de piedra la barba por ultrajarle, a cenar le convidó. ¡Nunca fuera a convidarle! Fue el bulto, y le convidó y agora, porque no os canse, acabando de cenar entre mil presagios graves de la mano le tomó y le aprieta hasta quitarle la vida, diciendo "Dios me manda que así te mate, castigando tus delitos. ¡Quién tal hace, que tal pague!" REY: ¿Qué dices? CATALINÓN: Lo que es verdad, diciendo antes que acabase, que a doña Ana no debía honor, que lo oyeron antes del engaño. MOTA: Por las nuevas mil albricias quiero darte. REY: ¡Justo castigo del cielo! Y agora es bien que se casen todos, pues la causa es muerta, vida de tantos desastres. OCTAVIO: Pues ha enviudado Isabela, quiero con ella casarme. MOTA: Yo con mi prima. BATRICIO: Y nosotros con las nuestras, porque acabe "El convidado de piedra". REY: Y el sepulcro se traslade en San Francisco en Madrid para memoria más grande.