Quién me iba a decir que el destino era esto. Esa pared con manchas que parecen ministros. El techo de los ómnibus brillantes como peces Y esa melancolía que impregna las bocinas Aquí no hay cielo. Aquí no hay horizonte. Hay una mesa grande para todos los brazos. Y una silla que gira cuando quiero escaparme. Otro día se acaba y el destino era esto. Es raro que uno tenga tiempo de verse triste. Siempre suena una orden, un teléfono, un timbre. Y, claro, está prohibido llorar sobre los libros. Porque no queda bien que la tinta se corra. Aquí no hay cielo.