"Tengo sed", te oí decir con el aliento apenas. Y te arrullé, como a un recién nacido, contra mis pechos ávidos de labios tuyos. Te di de beber. Y luego de saciarte, volviste a repetir: "tengo sed", sin aliento, apenas. Te arrullé, esta vez, entre mis muslos y de nuevo te di de beber. En la fuente de la vida y de la muerte, sellaste, con un beso, el último suspiro.