Arráncame la corona de espinas que por ti padezco y lávame con tus lágrimas la herida que por ti sangra en mi costado. Consúmame el dolor hasta la muerte y abandóname en tus brazos, por piedad. Luego, al enterrarme, hazlo en lo más profundo de tu vientre, allí donde resucitar sea un delito castigado con la pena capital.