La piedra invisible dentro de mis zapatos nuevos, los dientes que torpes chocan en un primer beso, el roce en la lente de aquel diabólico dedo rompiendo la foto que saqué el amanecer perfecto. Guisantes en camas con diez mil colchones, silencios incómodos en conversaciones con gente de paso, mujeres al borde de no hacerme caso por muchas razones. El hombre que no para de hablar en la última fila de la mala obra que al final te devuelve la vida, la sangre que brota de la paradójica herida que me hice encontrando en el pajar la aguja perdida. La cana en mi barba, el pelo en mi sofa, la nube que llueve en el cielo de mi boca, la pipa que amarga la grieta en el vaso, la gota de vino en tu vestido blanco. Formas de saber que tu ausencia duele todavía. Formas de volver a sentir de nuevas las despedidas. Formas de saber que ya no funcionan las mentiras. Formas de sentir nuevas las despedidas. Los treinta minutos que perdí por no ver la salida que hicieron de un viaje tan feliz una pesadilla, canciones que fueron una vez nuestras favoritas que nos despertaron hasta que las dimos por vencidas. La cana en mi barba, el pelo en mi sofá, la nube que llueve en el cielo de mi boca, la pipa que amarga la grieta en el vaso, la gota de vino en tu vestido blanco. Seguirán creciendo piedras, afiladas cuchillas, piedras. Y llenarán de ti mis zapatos pesadas, eternas, quietas. Pero más firmes serán los pasos que me alejen de tu guerra, convirtiéndome en un loco que por pura inocencia ríe y sueña con despertar de una pieza, intacto, virgen de ausencias. Sobreviviendo a las bestias que poblaron nuestras ruinas y que cambiaron rutina por cólera, olvido y traidora fiesta. Mas seguirán creciendo piedras, afiladas cuchillas, piedras. Formas de saber que tu ausencia duele todavía. Formas de volver a sentir de nuevas las despedidas. Formas de saber que ya no funcionan las mentiras. Formas de sentir nuevas las despedidas.