Una vez hice un canto, con palabras de fuego. Una vez hice un canto, con saludo de sol. Quise ser la mañana, quise ser canto nuevo. Quise ser la esperanza y un camino mejor. Y tenía veinte años, en el ser y en el cuerpo. Y tenía veinte años, en el alma y la piel. Y tenía veinte años, de colegio, en colegio. De vagar aprendiendo todo lo que hoy no sé. Primero fue mi madre, la que con su regaño. Me convirtió en rebelde, sin siquiera pensar. Y al hablar, con mi padre, sufrí mil desengaños cuando vi que mi padre era un hombre, no más. Después vino la vida, con su carga de espanto. Me hicieron una herida que jamás curará. Mi inocencia perdida, se enredó en los caminos. En el pan, en el vino, y en la gota de sal. Hasta que un día, lindo, encontré una guitarra. Una mujer, un hijo y una razón de ser. Abracé una creencia, me desnudé del alma, y descubrí la esencia del ser y del no ser. Y aquí estoy, mis hermanos, con mi tiempo gastado. En buscar la palabra que nos pueda juntar. Aplastado, golpeado, muerto, resucitado. Y con mucho más ganas de salir a cantar. De qué valen los años, si el hombre no los cuida. Si no cultiva el fruto de la buena amistad. Si se ahoga en rencores que envenenan la vida. Que tras de alguna duda, de tu ser, debe estar. Es por eso que tengo coincidencias contigo. Es por eso que el miedo no nos debe tocar. /Hay que juntar el tiempo, todo el tiempo perdido. Y comenzar unidos a cantar la verdad/ bis. Y comenzar unidos a cantar la verdad. Y comenzar unidos a cantar la verdad. Etc., etc.