El hombre ha llegado al río cimiento en mano a urbanizar la playa. Poner una bandera, una ventana, un retrato familiar, unos niños, unos perros y llamarle casa. Hacer un pozo tal vez o un calendario o un caracol o luz de la tarde. Salir de mañana y pasar hambre en overol entreabrir la puerta de sacos apartar el humo destapar el vino y llamarle casa. Mirar el cielo en la noche estrellada y entonarse el alma. Clavar el sombrero, regar un geranio descorrer un visillo mirar la muerte y llamarle casa. Vaciar el sol en un cubo de lata y al fondo del mimbre encender una lámpara. Llamar al niño, enterrar al anciano buscar con angustia el tango necesario servir la sopa y llamarle casa. Desgranar cemento y construir callampas. Buscar trabajo, maldecir la artesa empeñar la argolla, recorrer la Plaza perseguir la micro y llamarle casa. Cambiar el mármol por yeso la alcoba por un naufragio el cielo por papel de diario y llamarle casa. Agitar el catre de bronce sudar, besar, morir en el viento claro del alba. Sentir el derrumbe lejano la patrulla, el retén el alud que avanza, la noche, la lluvia la piedra, el puente la jauría aullando el vacío, la bruma el gallo cantando el polvo el rostro sin vida. Y llamarle casa.