Recitado. Chile comienza en algún lado; en cualquier lado. Tal vez en el lugar donde te detuviste, un día, y pensaste que sería hermoso quedarse a vivir, allí, para siempre. Allí comienza Chile. donde la tierra canta. Tal vez en Melipeuco, en Pitrufquén, en Río Claro. Sí, ¿Por qué no? en Río Claro, donde la tierra canta y el pan amanece, cada día, bueno y oloroso. Río claro es una fiesta, grande, en las dos riberas de su río. Hermano de farra con Pencahue y de Talca vecino y medio primo. Todo el mundo es familia en Río Claro y los que no son familia, son amigos, todo el mundo comparte los regalos y corea el canto, bueno, de los hijos. La fiesta del año, en Río Claro, comienza en un bote, en esta orilla, o en la otra, da lo mismo en cualquier lado, en todas partes hay canto y alegría. Y el corazón sabe que es verdad y canta: Canto. Amor, de mis amores, te voy a dejar mi vida, cantando, cantando. Recitado. Y comenzamos el camino, por esta tierra generosa, y nos llena una alegría que dormía, en nosotros, hasta hoy. Cada mañana con su pájaro. Cada poeta con su idea del amor. Cada corazón con su gota de sangre. Cada hombre con su mujer dormida. Cada niño con su herida en la rodilla. Cada cantor con su guitarra. Cada Cristo con su luz en el costado. Y la tierra, generosa, y mía, y tuya, y de quien la camine. ¿Por dónde comenzar? ¿Por Puerto Octay? ¿Purén? ¿Por Salamanca? ¿Por qué no? Una tarde, dorada, en Salamanca es recuerdo, inolvidable del Verano. donde un limón, maduro, una naranja, saben más rico que en cualquier otro lado. Donde un parrón le hace sombra a tu siesta y se muerde, sabrosa, una manzana. Donde se coge un racimo de uva, fresca, y, soñando el paraíso, se desgrana. Donde el gran caserón de aquella viuda, que fue dueña de todo este terreno, en un segundo te disipa cualquier duda sobre el pasado, y origen, de este pueblo. Sin embargo al pasar junto a la casa, donde, hoy, hay una fábrica, instalada, se te aparece la vieja Salamanca como un fantasma surgido de la nada. Y el camino y el canto. Y el canto y el camino. Un día decidí cantar a la tierra y descubrí que en ella comienza casi todo el canto. Primero fue un botón, una flor, luego el fruto, jugoso, y el milagro. Y allá debajo de todo, la semilla y la tierra y las manos, humildes, de mi gente, cantando. Y el arado que rompe la esperanza, y la mano que arroja la simiente, y el tiuque picoteando la lombriz y haciendo danza, y mi perro, incansable, persiguiendo una liebre. Así nace el canto de la tierra. Una tarde, cualquiera, en el trabajo. Una mañana, casi noche, junto a ti, y una noche, temprana, junto al cuento del abuelo y el descanso. Un día descubrí que el canto amasado, y cocido en la ceniza, es más sabroso que cualquier otro canto y que la más limpia de todas las sonrisas es la mazorca, rubia, su risa desgranando. Entonces decidí que mi camino, tembloroso, esa mañana comenzaba. Cuando un polluelo, de su cáscara nacido, en mi mano piaba y me alentaba. Y así nacimos, los dos, con un destino, sin espada, sin lanza, sin escudo. Un polluelo, de gorrión, recién nacido y un poeta cantor casi desnudo. Qué tesoro más pobre y más inmenso el de esta tierra, adolescente y generosa. Un polluelo, de gorrión, casi indefenso, y una guitarra que canta, triste y sola. Y sin embargo se comienza de algún modo. Lo importante, en cada cosa, es el comienzo. la suma de las partes es el todo y este es sólo el primero de mil versos. Hay un azul oscuro, allá en el cielo, y yo quisiera pintarlo en mi cuaderno, pero no sé pintar y no me importa, hay un poeta, pintor, en algún lado que pondrá mi azul, oscuro, donde yo quiero. Y todo es igual, el canto y el pintor, y el corazón de todo este camino de palabra en palabra. Amanece, en el Norte, y un asomo de luz se empina por encima de los cerros, a escuchar el arrullo del palomo inventado, entre las rocas, por el viento. La soledad es dueña del silencio, del poquito de azul, de la mirada, de la sombra del viejo pirquinero, que camina, con su burro, hacia la nada. Hay un dejo de tristeza en cada cosa que se puede pensar, o ser tocada, resulta, de veras, dolorosa la mañana en esta pampa calcinada. Y un pueblo, allá más adelante, siempre hacia el sol, Huara y un canto nacido a la pequeña sombra de su muro. Cerca de Huara, no sé si al Norte o Sur, cuesta tanto orientarse en esta pampa, puede verse unos pueblos, polvorientos, que se levantan, al sol, como fantasmas. Pueblos abandonados, solos, sin un niño, están, allí, desde tiempo inmemorial, son milagro increíble para el ojo dormido del viajero que viene de alguna gran ciudad. ¿Vivió, alguien, tras el muro reseco? ¿Durmió, alguien, bajo el techo de estrellas? ¿Se gestó alguna raza, o murió en el intento, ahogada en la sal que aquí se llama tierra? Dura la interrogante, no hay respuesta, en alguna parte la historia estará escrita, mientras tanto posan y posan en la fiesta fotográfica, tonta, aquella, del turista. Cerca de Huara, no sé si al Norte o Sur, cuesta tanto orientarse en el desierto, hay una cruces, solas, que nos muestran que sí vivieron gentes en el pueblo. La pampa salitrera, Coya Sur, Tocopilla Puerto, María Elena, con nombre de mujer. Humberstone, museo de fierro y óxido, de tiempo. Pedro de Valdivia, ¿Victoria? Oficinas, por todos, son llamados en el Norte, los pueblos salitreros, Oficinas por las que yo he pasado curioso de saber tanto secreto. Silicosis se llama el mal que ataca a los hombres, mineros, de la pampa, Silicosis de la que no se escapa ni el sueño que dejamos, un día, en la distancia. Mula se llama el ariete que empuja los carros, de caliche, hasta el molino, donde están los gigantes que trituran el pasado y el presente de los niños. En Pedro de Valdivia, trabajando, hay un poema, triste que nos dice: En Pedro de Valdivia los milagros se llaman obreros del salitre. Chile comienza en algún lado, y es plano, junto al mar, pero de allí se sube hasta el azul de risco en risco. Subiendo, de Arica, hacia el Este, se puede conocer el altiplano, donde viven unos Chilenos, diferentes, que visten, y hablan, como Bolivianos. Es largo, y difícil, el camino, hay un tren que demora casi un día para llevarnos hasta nuestro destino que queda en la Frontera, muy arriba. Desde el nivel del mar, como una mosca, la cremallera se pega al engranaje, trataré de describir algunas cosas para no despilfarrarme todo el viaje. Se comienza en Lluta la subida, el valle, verde, del cual conversan tanto, cada jadeo nos deja más arriba y el valle muy atrás se va quedando. Quebrada Honda, paramos un momento, una llama se acerca y me examina, parece no gustar lo que está viendo pues escupe mi ventana y se retira. Pampa Ossa, algunas casas, la puna me molesta en la cabeza. estos tres mil setecientos metros no los subo como no sea amarrado y a la fuerza. Putre, Alcérreca, Humapalca, Villa Industrial, después viene Chislluma, quizás cuántos kilómetros nos faltan de abismo, piedra, cordillera y puna. General Lagos, cuatro mil trescientos, y llegamos a Visviri, siento el frío más grande de mi vida, por este lado, aquí se acaba Chile, un paso más y estamos en Bolivia. Esta es la Cordillera de Los Andes, columna vertebral de nuestra América, en algún lugar estos cerros comienzan y terminan, allá, en la Patagonia con su picacho gastado por el viento y su hombre serio y amigo. Entre el mar y la pampa sin fronteras, encontramos a Punta Delgada, el extremo de la arisca Cordillera, más allá a uno le parece que no hay nada. Arribamos de noche, es una pena, no se puede ver como es el Campamento, no se puede an*lizar lo que se piensa el viento se lo lleva mar adentro. Sólo sé que hay petróleo, y más petróleo, lo delata un gaseoducto interminable, que encontramos, recién, en San Gregorio y que nos acompañó toda la tarde. Entre el mar y la pampa, sin fronteras, encontramos a Punta Delgada, aquí se acaba, la arisca Cordillera, más allá a uno le parece que no hay nada. Y el camino canto, y el amor que no termina. En el Estrecho de Magallanes yo pensaba: El mundo se acaba al otro lado, y el sólo pensarlo me asustaba y me sentía, de pronto, muy cansado. Allá, en la otra orilla, una hoguera me conversaba cosas del pasado, y yo no entendía el por qué de aquella hoguera n el por qué me encontraba, allí, parado. En el Estrecho de Magallanes yo pensaba: Me quedan diez minutos calculados, y debo confesar que me aterrorizaba la idea de pasar al otro lado. Posesión, Manantiales, Puerto Percy y su Cerro Sombrero, todo nieve, hay un siglo de vida, contra el cielo, es la Pampa Patagonia, hombre y silencio. Un obrero se me acerca, me ha buscado y me tiende la mano, con respeto, ¡Bienvenido! me dice, emocionado, y me siento pequeño ante su gesto. Adiós al tiempo del silencio. Bienvenido el tiempo de cantar. Adiós al tiempo del silencio. Bienvenido el tiempo de cantar. Canto. Amor, de mis amores, la tierra mía, la tierra mía, la tierra mía, la tierra mía, la tierra mía, la tierra mía. De Puerto Montt, un paso más allá, Chiloé. La Isla Grande, con su hombre, su pescado y su bote. Nadie puede pintar a Chiloé, ni cantar su verdad desde acá del Continente. Hay que estar allí, en algún can*l donde se perdió el amor que no regresa. Y el camino y el canto y el canto y el camino. Chile tiene una tristeza y una esperanza, de canto, sin contar. Mañana, tal vez, mañana. Mañana, tal vez, mañana. Tal vez, mañana. Mañana.