Oh niña entre las rosas, oh presión de palomas, oh presidio de peces y rosales, tu alma es una botella llena de sal sedienta y una campana llena de uvas es tu piel. Por desgracia no tengo para darte sino uñas o pestañas, o pianos derretidos, o sueños que salen de mi corazón a borbotones, polvorientos sueños que corren como jinetes negros, sueños llenos de velocidades y desgracias. Sólo puedo quererte con besos y amapolas, con guirnaldas mojadas por la lluvia, mirando cenicientos caballos y perros amarillos. Sólo puedo quererte con olas a la espalda, entre vagos golpes de azufre y agues ensimismadas, nadando en contra de los cementerios que corren en ciertos ríos con pasto mojado creciendo sobre las tristes tumbas de veso nadando a través de corazones sumergidos y pálidas planillas de niños insepultos. Hay mucha muerte, muchos acontecimientos funerarios en mis desamparadas pasiones y desolados besos, hay el agua que cae en mi cabeza, mientras crece mi pelo, un agua como el tiempo, un agua negra desencadenada, con una voz nocturna, con un grito de pájaro en la lluvia, con una interminable sombra de ala mojada que protege mis huesos: mientras me visto, mientras interminablemente me miro en los espejos y en los vidrios, oigo que alguien me sigue llamándome a sollozos con una triste voz podrida por el tiempo. Tú estás de pie sobre la tierra, llena de dientes y relámpagos. Tú propagas los besos y matas las hormigas. Tú lloras de salud, de cebolla, de abeja, de abecedario ardiendo. Tú eres como una espada azul y verde y ondulas al tocarte, como un río. Ven a mi alma vestida de blanco, con un ramo de ensangrentadas rosas y copas de cenizas, ven con una manzana y un caballo, porque allí hay una sala oscura y un candelabro roto, unas sillas torcidas que esperan el invierno, y una paloma muerta, con un número.