Dicen que primero vino de Africa, en los gritos de los esclavos; que fue la perdición de los taínos, apenas un susurro mientras su munto se extinguía y otro despuntaba; que fue un demonio que irrumpión en la Creación a través del portal de pesadillas que se abrió en Las Antillas. Fukú american*s, mejor conocido como fukú—en términos generales, una maldición o condena de algún tipo; en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. También denominado el fukú del Almirante, porque el Almirante fue su partero principal y una de sus principales víctimas europeas. A pesar de haber “descubierto” el Nuevo Mundo, el Almirante murió desgraciado y sifilítico, oyendo (dique) voces divinas. En Santo Domingo, la Tierra Que Más Amó, el propio nombre del Almirante ha llegado a ser sinónimo de las dos clases de fukú, pequeño y grande. Pronunciar su nombre en voz alta u oírlo es invitar a la calamidad a que caiga sobre la cabeza de uno o uno de los suyos. **** Pero el fukú no es sólo historia antigua, un cuento de fantasmas del pasado sin fuerzas para asustar. En la época de mis padres, el fukú era tan real como la mierda, algo en lo que cualquiera prodría creer. *** 1. Para aquellos a los que les faltan los dos segundos obligatorios de historia dominicana: Trujillo, uno de los dictadores más infames del siglo xx, gobernó la República Dominicana entre 1930 y 1961 con una brutalidad despiadada e implacable. Mulato con ojos de cerdo, sádico, corpulento: se blanqueaba la piel, llevaba zapatos de plataforma, y le encantaban los sombreros al estilo de Napoleón. Trujillo (conocido también como El Jefe, El Cuatrero Fracasado y f**face) llegó a controlar casi todos los aspectos de la política, la vida cultural, social, y económica de la RD mediante una mezcla potente (y muy conocida) de violencia, intimidación, masacre, violación, asimilación, y terror; así llegó a disponer del país como si fuera una colonia y él su amo. A primera vista, parecía el prototipo del caudillo latinoamericano, pero sus poderes eran tan fatales que pocos historiadores o escritores los han percibido, y me atrevo a decir que ni siquiera han imaginado. Era nuestro Sauron, nuestro Arawn, nuestro propio Darkseid, nuestro dictador para siempre, un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso, tan terrible que ni siquiera un escritor de ciencia ficción habría podido inventarlo. Famoso por haber cambiado todos los nombres a todos los sitios históricos de la República Dominicana para honrarse a sí mismo (el Pico Duarte se convirtió en Pico Trujillo, y Santo Domingo de Guzmán, la primera y más antigua ciudad del Nuevo Mundo, se convirtió en Ciudad Trujillo); por monopolizar con descaro todo el patrimonio nacional (convirtiéndose de repente en uno de los hombres más ricos del planeta); por armar uno de los mayores ejércitos del hemisferio (por amor de Dios, el tipo tenía bombarderos); por echarse a cada mujer atractiva que le diera la gana, incluso las esposas de sus subalternos, millares y millares y millares de mujeres; por tener la expectativa –¡no, por insistir!– en la veneración absoluta de su pueblo (significativamente, la consigna nacional era «Dios y Trujillo»); por dirigir el país como si fuera un campo de entrenamiento de la Marina norteamericana; por quitar a amigos y aliados de sus puestos y arrebatarles las propiedades sin razón alguna; y por sus capacidades casi sobrenaturales. Entre sus logros excepcionales se cuentan: el genocidio en 1937 de los haitianos y la comunidad haitiano-dominicana; mantener una de las dictaduras más largas y dañinas del Hemisferio Occidental con el apoyo de Estados Unidos. *** Incluso entre la gente educada se creía que cualquiera que conspirara contra Trujillo incurriría en uno de los fukús más poderosos durante siete generaciones y quizá más. Solo con que se le ocurriera pensar algo malo sobre Trujillo, ¡fuá!, un huracán barría a su familia hacia el mar, ¡fuá!, un canto rodado le caía del cielo azul y lo aplastaba, ¡fuá!, el camarón que comió hoy se convertía en el cólico que lo mataba mañana. Eso explica por qué todo el que intentó asesinarlo siempre acabó muerto, por qué esos tipos que por fin lo lograron pagaron con muertes espantosas. ¿Y qué decir de ese cabrón de Kennedy? Fue él quien dio luz verde para el asesinato de Trujillo en 1961 y pidió que la CIA llevara armas a la isla. Mala movida, capitán. Lo que a los expertos de inteligencia se les pasó decirle a Kennedy fue algo que todo dominicano, desde el jabao más rico de Mao hasta al más pobre güey en El Buey, del francomacorisano más viejo al carajito en San Francisco, sabía: quien matara a Trujillo –y también su familia– sufriría un fukú tan terrible que, en comparación, haría parecer un jojote el que le cayó al Almirante. ¿Quieren una respuesta final a la pregunta de la Comisión Warren sobre quién mató a JFK? Dejen que yo, su humilde Observador, les revele de una vez y por todas la Sagrada y Única Verdad: no fue la mafia, ni LBJ, ni el fantasma de la fokin Marilyn Monroe. Ni extraterrestres, la KGB o algún pistolero solitario. No fueron los hermanos Hunt de Texas, ni Lee Harvey, ni la Comisión Trilateral. Fue Trujillo; fue el fukú. ¿De dónde coño piensan que viene la supuesta Maldición de los Kennedy? *** Selección de: 01. "El Nerd del Ghetto en el Fin del Mundo 1974-1987" La Edad de Oro Nuestro héroe no era uno de esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún jonronero ni fly bachatero, ni un playboy con un millón de conquistas.Y salvo en una época temprana de su vida, nunca tuvo mucha suerte con las jevas (qué poco dominicano de su parte). Entonces tenía siete años. En esos días benditos de su juventud, Óscar, nuestro héroe, era medio Casanova. Era uno de esos niñitos enamoradizos que andan siempre tratando de besar a las niñas, de pegárseles detrás en los merengues y bombearlas con la pelvis; fue el primer negrito que aprendió «el perrito» y lo bailaba a la primera oportunidad. Dado que en esos días él (todavía) era un niño dominicano «normal», criado en una familia dominicana «típica», tanto sus parientes como los amigos de la familia le celebraban sus chulerías incipientes. Durante las fiestas –yen esos años setenta hubo muchas fiestas, antes de que Washington Heights fuera Washington Heights, antes de que el Bergenline se convirtiera en un lugar donde solo se oía español a lo largo de casi cien cuadras– algún pariente borracho inevitablemente hacía que Óscar se le encimara a alguna niña y entonces todos voceaban mientras los niños imitaban con sus caderas el movimiento hipnótico de los adultos. *** Estas eran las Furias de Óscar, su panteón personal, las muchachas con quienes más soñaba, las que se imaginaba cuando se hacía la paja y a las que, con el tiempo, empezó a incluir en sus historias. En sus sueños siempre las estaba salvando de extraterrestres o había vuelto al barrio, rico y famoso –¡Es él! ¡El Stephen King dominicano!–, y entonces Marisol aparecería, llevando cada uno de sus libros para que él los firmara. Por favor, Óscar, cásate conmigo. Óscar, haciéndose el papichulo: Lo siento, Marisol, yo no me caso con putas ignorantes (pero, bueno, por supuesto que lo haría). Todavía miraba a Maritza de lejos, convencido de que algún día, cuando cayeran las bombas nucleares (o estallara la peste o invadieran los trípodes) y la civilización desapareciera, la rescataría de una ganga de espíritus necróf*gos que irradiaban luz y juntos atravesarían una América devastada en busca de un mañana mejor. En estos ensueños apocalípticos (que había comenzado a anotar) él siempre era una especie de Doc Savage aplatanado, un supergenio que combinaba una maestría de talla mundial en las artes marciales con un dominio letal de las armas de fuego. No era poco para un muchacho que jamás en su vida había disparado con un rifle de aire, lanzado un piñazo o alcanzado más de la mitad de los puntos necesarios en las pruebas para entrar a la universidad.