Me adelantó un talón de setecientas, más gastos, sin contar otras quinientas en fichas del casino, mi último tren llegaba con retraso, así que decidí aceptar el caso de la rubia platino. Yo era un huele-braguetas sin licencia, quemado en la secreta por tenencia, extorsión y líos de faldas, estaba, como buen ex-policía, a sueldo de un pez gordo, que sabía cubrirse las espaldas. Ninguna zorra vale ese dinero, pensé, mientras dejaba mi sombrero nuevo en el guardarropa, cantaba regular, pero movía el culo, con un swing, que derretía el hielo de las copas. Cuando salió, por fin, del reservado, sentí que las campanas del pasado repicaban a duelo, la última vez que oí esa melodía me recetaron tres años y un día, más IVA, en la Modelo. Para jugar al Black Jack y ser un duro, andar escaso de efectivo es igual que pretender envidar, con un farol, al futuro. No por casualidad me temen en los casinos, me daban diez de los grandes por el caso de la rubia platino. Los besos que te dan las chicas malas salen más caros cuando los regalan y huelen a fracaso, pero el croupier me echaba cartas buenas y la rubia platino era morena y el caso era un gran caso. En un bistró, del puerto de Marsella nos fuimos demorando, entre botella y botella de Oporto: "Los que pusieron precio a tu cabeza -le dije exagerando su belleza-, se habían quedado cortos". Puede que me estuviera enamorando, porque, antes del café, cambié de bando, de hotel y de sombrero. Mi viejo puso un cuarto, con dos camas, fingiendo que la dama era una dama y su hijo un caballero. Ni siquiera, señores del jurado, padezco, como alega mi abogado, locura transitoria. Disparé al corazón que yo quería, con premeditación, alevosía y más pena que gloria. Para jugar al Black Jack y ser un duro, andar escaso de efectivo es igual que pretender envidar, con un farol, al futuro. No por casualidad me temen en los casinos, diez de los grandes por seguirle los pasos, a la rubia platino. Para volver a ser alguien, en el ambiente, necesitaba un par de buenos clientes, algo para mis vicios y un despacho decente, no dan para comer las putas del barrio chino, todos los lunes no me encargan el caso de la rubia platino. Para no ser un cadáver, en el tranvía, aparte de tener gramática parda hay que saber, que las faldas, son una lotería; con luz de gas brilló mi lámpara de Aladino... me daban diez de los grandes por el caso de la rubia platino.