Lo amaban, ni más ni menos, y se sacaba cada mañana las espinas del sueño. Juraba y maldecía y se enredaba en la alambrada de la mansa rutina. Vivía como tú o como yo. Los viernes por la noche iba a buscar a su amor. Fumaba tranquilo, planeaba la semana y ella le arrancaba el cigarro y lo besaba. Y un día lo mordió el virus el miedo. Entendió que las mujeres nunca tienen dueño. Y temió que ella marchase, que se agotase el manantial sin un por qué. Venció el miedo y faltó a la última cita, no descolgó el teléfono que aullaba en la mesilla. Y el temor a la derrota lo agarrotó como un calambre, sin un por qué. Duro, intenso y precario... Se enfrentaba cada día al oleaje en el trabajo. Y una mañana la cobardía lo paralizó en la puerta y no entró a la oficina. Volvía a despertar y empezaba el periódico como tantos -por detrás. Vio y sintió la noche del planeta y su desastre, tuvo miedo y decidió no salir a la calle. Y ahí lo tienes encerrado en casa, temblando como un niño, sellando las ventanas, para no ver, ni escuchar, sentir, notar la vida estallando fuera. Por miedo a sentir miedo fue a la cama, como una oruga se escondió y envuelto entre las mantas se durmió, hizo humo el sueño y se olvidó del mundo por miedo a despertar. Aún sigue dormido. Pasaron los inviernos y aún sigue escondido, esperando que tu abrazo le inocule la vacuna y elimine el virus del miedo y su locura.