Vino a nadar la playa entre mis rocas, el mar me ha contemplado ola tras ola, el barco ha timoneado mi carcasa y escucha mi rumor la caracola. El calor se despoja de mi lana, la oveja me trasquila en cada estío, mi padre bebe de mi vino brusco y mi madre se cuelga de mi avío. Un caballo y su espuela me cabalgan, un camino me pisa diariamente, los zapatos del polvo me han hollado y el sol me considera un inclemente que quema con sus rayos a la gente. La tierra ha preparado mi piel llana, el arado me surca embravecido, el trigo ha dispersado mis semillas y el pan con diente claro me ha mordido. El frío hace un chamanto con mi sangre, la boca de un aullido me proclama, la casa que me habita no me barre y sobre mi extensión duerme una cama. La puerta me golpea en busca de alguien, la lágrima me enjuga en dos pañuelos, un espejo se mira en mis ultrajes y hay un libro que lee en mi desvelo. La duda me confunde con abrigo, el malhechor comenta mi mal paso, un país me ha buscado sobre el mapa y no ha encontrado nunca el menor trazo, y esa herida me venda la amargura y la muerta se duerme entre mis brazos.