Encima del paredón de la avenida central no queda ni un corazón con flechas y tu inicial, solo hay lugar para la gráfica salvajemente trágica de signos tipo esvástica y mensajes donde solo leo: Sálvese quien pueda, sálvese. Y si tu ojo esquivo lo que no quiere mirar nunca pretendas que yo mire para otro lugar, veo a los amos de esta casa con las manos en la masa, las jeringas en la plaza y un pastor que cuando pasa dice: Sálvese quien pueda, sálvese. Cuatro tiros por un peso y el destino ya dirá si te toca ser muñeco o el gatillo oficial del juego. Sálvese quien pueda, sálvese. Un tipo fuerte y mayor al pie de la terminal me vende chicle y turrón mientras muy cerca de acá las telarañas de las maquinas dormidas en las fabricas se riegan con las lágrimas del vendedor que ahora canta: Sálvese quien pueda, sálvese. Y si tu boca gritó lo que le hicieron gritar nunca pretendas que yo en tu coro quiera cantar, yo digo que es mejor el sueño más sencillo, más pequeño que esta moda de ser dueño de la nada, siempre repitiendo: Sálvese quien pueda, sálvese.