Yo nunca voy a olvidar en la vida el mito de Raquel. La pasión, la bondad de esa dulce mujer que se hizo rica y famosa vendiendo tamal en la arena pregonando descalza por playa de Ipanema. Y por esas cosas locas que hay en las telenovelas donde realidad y ficción dejan siempre sus secuelas y cuando Regina Duarte comenzó a ser un fetiche todo el mundo allá en La Habana quiso hacer su timbiriche. Yo voy a hacer mi Paladar, mejor que el Tocororo. Pa' que tú puedas comer chatinos y arroz moro. Mejor que el Tocororo. Chatinos y arroz moro. Fue así, de esa manera empezó la batalla campal del Estado Cubano y la Cadena Paladar. Argumentando la ley, la salud, la paz y la decencia no podían soportar tan cruda competencia. Persiguieron la moamba, requisaron los insumos y multaron los indicios de sociedad de consumo. Y una noche, en una de ellas, cuando mejor se comía, llegó el Jefe de Sector como con treinta policías. Y se acabó mi Paladar mejor que el Tocororo. Pa' que tú puedas comer chatinos y arroz moro. Mejor que el Tocororo. Chatinos y arroz moro. Y pasó el tiempo y agosto violento por el calendario y yo me convertí en un pequeño empresario. Tengo licencia para empalagar tus sentidos dispuestos y sé hacer malabares pa' pagar los impuestos. No me preguntes mi hermano, de dónde saco la harina, dónde pesco la langosta, no me la pongas en China. No le halles la hipotenusa a este triángulo tan loco disfruta de tu comida y déjame vivir un poco. Que ya tengo, mi Paladar mejor que el Tocororo. Pa' que tú puedas comer, chatinos y arroz moro. Mejor que el Tocororo. Chatinos y arroz moro.