Metido en un silbido transita por la selva lijando las picadas y los huesos se le hacen cedro, roble, lapacho guayacán o tipa blanca. Herido de paisaje retumban en su pecho los bombos de las hachas y se pasan los días lentos, lacios, tendidos sobre el humo de su chala. Total cuando haga noche en medio de la huella y se eche largo a largo debajo de algún tala el diablero mirando las estrellas ya ni se acordará de cuanto gana. Llevando hasta la sierra el duro y silencioso rollizo de la carga se le vuelve la sangre sombra, tierra, paloma garañón, viento y baguala. Hermano del sendero el perro de la luna le lame las pisadas y dormida su pena manso, flaco, tirado en un rincón viejo del alma.