Muchas personas, por vivir lejos del mar, jamás llegan a conocerlo. El mar es una enorme extensión de agua. Esa agua es salada. ¡Si se mete un dedo y luego se chupa, sabe rico! La primera vez que Cri-Crí llegó frente al mar creyó hallarse ante una gran llanura azul, y con borreguitos. Las olas lejanas, que vienen rompiendo unas contra otras, semejan carneros muy blancos; pero no dicen "beee". Hacen ¡shshsh! El fin del mar, ese horizonte que alcanza la vista, está recortado en piquitos. Lo mas bonito que sucede sobre esa superficie líquida es el continuo pasar de los barcos. Un barco es como un zapato que flota. Así como hay mucha variedad en el tamaño y el estilo de los zapatos, también la hay en los barcos, pero los barcos están construídos con principios distintos de los de la fabricación del calzado. Los zapatos sólo contienen los pies; los barcos pueden contener mucha gente, toda ella con zapatos. Hay barcos tan grandes que parecen ciudades flotantes con enormes comedores, teatros, piscinas de natación, salones para jugar, baños lujosos, barberías, tiendas y tantas distracciones que los viajeros que navegan en ellos nunca tienen tiempo de ver el mar. Muchos no pueden comprender por qué flotan los barcos de hierro. Flotan porque están huecos y así pesan menos que llenos de agua. Esto podrá parecer tonto, pero hubo que esperar a que lo descubriera Arquímedes. Cuando las embarcaciones desobedecen al profesor Arquímedes, se hunden y soló quedan en la superficie los eternos carneros blancos de las olas. Mucha gente recela del mar. No soló por miedo de que el barco se hunda, sino también porque el barco se balancea. Ese contoneo incesante puede producir malestar y los viajeros delicados se ponen tan verdes como un caramelo de menta. Los verdaderos marinos nunca se ponen verdes, prefieren el color tostado. Cuando Cri-Crí vio el mar y le contaron lo que sucede en él, con gran valor decidió contemplar el océano desde la orilla, y ver los barcos pasar por el horizonte salino recortado en piquitos.