La noche cubre, ya, con su negro crespón, de la ciudad, las calles, que cruza la gente con pausada acción. La luz, artificial, con débil proyección, cobija la penumbra que esconde en sus sombras venganza y traición. Después de laborar, vuelve a su humilde hogar, Luis Enrique, el plebeyo, el hijo del pueblo, el hombre que supo amar. Y que sufriendo va, esa infamante ley, de amar a una aristócrata, siendo un plebeyo él. Trémulo de emoción, dice así, en su canción. El amor, siendo humano tiene algo de divino, amar no es un delito porque hasta Dios amó. Y si el cariño es puro y el deseo es sincero, por qué robarme quieren la fe del corazón. Mi sangre, aunque plebeya
también tiñe de rojo, el alma en que se anida mi incomparable amor. Ella es de noble cuna y yo humilde plebeyo, no es distinta la sangre ni es otro el corazón. Señor, por qué los seres no son de igual valor. Así, en duelo mortal, abolengo y pasión, en silenciosa lucha, condenarnos quieren a grande dolor. Al ver que un querer, porque plebeyo es, delinque si pretende la enguantada mano de fina mujer. El corazón que ve destruido su ideal, reacciona en franca rebeldía que cambia su humilde faz. Y el plebeyo de ayer, es el rebelde de hoy, que, por doquier, pregona la igualdad en el amor. Trémulo de emoción … etc.