Chile comienza en algún lado, en cualquier lado. Quizás en el lugar donde te detuviste un día y pensaste que sería hermoso quedarse a vivir, allí, para siempre,. Allí comienza Chile, donde la tierra canta y el pan nace, cada día, bueno y oloroso. Un día decidí cantar a la tierra y descubrí que en ella comienza casi todo el canto. Primero un botón, una flor, luego el fruto, jugoso, y el milagro. Y allá abajo, la semilla y la tierra y las manos humildes de mi gente, cantando. Y el arado que rompe la esperanza. Y la mano que arroja la simiente. Y el tiuque picoteando la lombriz y haciendo danza, y mi perro, incansable, persiguiendo una liebre. Así nace el canto de la tierra, una tarde cualquiera, en el trabajo. Una mañana, casi noche, junto a ti, y una noche, temprana, junto al cuento del abuelo y el descanso.
Un día descubrí que el canto amasado y cocido en la ceniza es más sabroso que cualquier otro canto, y que la más limpia de todas las sonrisas, es la mazorca, rubia, su risa desgranando. Entonces decidí que mi camino, tembloroso, esa mañana comenzaba, cuando un polluelo, de su cáscara nacido en mi mano piaba y me alentaba. Y así nacimos, los dos, con un destino, sin espada, sin lanza, sin escudo, un polluelo de gorrión, recién nacido, y un poeta, cantor, casi desnudo. Qué tesoro más pobre y más inmenso el de esta tierra pobre y generosa, un polluelo de gorrión casi indefenso, y una guitarra que canta triste y sola. Y sin embargo se comienza de algún modo, lo importante, en cada cosa, es el comienzo. La suma de las partes es el todo y este es sólo el primero de mil versos.