Alguna vez,
alguien, rascando la tierra, encontró carbón.
Seguramente no supo
que había hallado el comienzo del diamante
y el principio de una historia que nos cuenta
de los hombres, y de sus ambiciones que todo
lo afean.
Los pequeños hombrecitos, con sus elementales herramientas,
horadaron la tierra, madre, y le extrajeron de sus entrañas
el negro tesoro que sería, luego, rojo corazón en las industrias,
en las locomotoras, y cálido abrigo en los inviernos, lluviosos y fríos, del Sur en mi país.
Hubo trabajo, entonces, para mucha gente,
y, alrededor del agujero, donde los hombres desaparecían cada mañana,
se levantaron casas, también elementales.
Poco a poco, paso a paso, socavón a socavón, el hombre fue penetrando la tierra y hundiéndose en sus profundidades.
La primera explosión dejó una docena de muertos
y la horrorosa experiencia del gas grisú.
Las mujeres lloraban por sus hombres,
los hijos lloraban por sus padres,
las madres lloraban por sus hijos,
nadie sabía que habían iniciado la era del dolor.