Cuando amanezca el sol, mañana en Lota,
y se vaya la noche.
Cuando los niños miren,
con ojos inocentes el nuevo día.
Cuando los jóvenes puedan confiar
en el futuro
y se llenen de orgullo
pronunciando tu nombre.
Lota, dejarás el luto
y te vestirás de blanco inmaculada,
para cantar, en el vuelo del vestido
de una mujer adolescente,
que será la madre de tus hijos del mañana,
el más bello canto de vida
porque del sufrimiento
sólo puede nacer el amor.
Yo confío en los hombres de esta tierra.
Porque son mis hermanos y los conozco.
Porque uno de ellos, habitando muy lejos,
me dijo que escribiera, y cantara, estos versos.
Gracias le doy, entonces, al amigo lejano,
que, a pesar de la distancia, nunca olvidó su pueblo.
La historia de la Patria puede empezar aquí, hoy,
¿Por qué no?
Si un artesano pudo, en un trozo de carbón,
encontrar la belleza,
¿Por qué no pueden, los hombres,
en su quehacer, sagrado, encontrar la victoria?
Allá abajo, donde está la verdad,
un obrero, con su luz en la frente,
barreno en mano,
puede hacer de esta Patria
la Patria que anhelamos.
Una Patria de todos,
una Patria de hermanos,
para que cuando el minero,
terminada la jornada,
emerja del pique, sudoroso,
lo haga con la alegría del deber cumplido
y pueda caminar, hasta su casa,
a encontrar en los brazos de la mujer amada
y compañera,
la dicha que anhelamos todos los hombres
de esta tierra.
Yo te saludo, Lota.
Con mi guitarra, y mi canto, te saludo.
Con mi sencilla poesía te saludo y te canto.
Tal vez, si me quedara contigo,
podría ser otro de tus hijos.
Pero debo seguir, por el camino, caminando
con este canto a cuestas,
para que el mundo sepa
que, en un lugar del Sur existe Lota.
Para que nunca más.
Para que nunca más.
Para que nunca más.
Para que nunca, nunca más.