Una gaviota vuela y corta el aire, marino, sobre la cabeza de los niños "chinchorreros" que emergen, del agua, refalosos como pescados crudos. Tienen las mechas tiesas y, a lo mejor, con sus escasos años ya tienen duro, también, el corazón. Se ven muy lindos, porque los niños, aún ante la más grande tragedia, son hermosos. A veces una ola se los lleva y, a veces, una ola los trae hasta la playa. allí, con los ojos curiosos y rojos por la sal, examinan su tesoro que consiste en unas piedras, negras, de carbón que significan un precioso pan, para mañana. Pienso en mis hijos que llegan de la escuela a tumbarse, en un sillón, con un sánguche de pollo, pegados al televisor que los va emputeciendo, cada día, más y más. Estos niños sin bicicleta, sin skate boat, sin Veraneo en Viña y sin papas con ketchup,
me hacen mirar, muy serio, al resto de los niños. Quemados por el sol, negros como cochayuyos, se esconden tras las rocas y sacan la pichula para elegir campeón al que mea más lejos. Dios bendiga su inocencia y los conserve, sanos y fuertes, para que sean parte de aquellos hombres puros que necesita el mundo el día de mañana. Vaya, pues, mi homenaje para estos cabros chicos, que rescatan, del mar, las sobras de los ricos. Mañana mi país será distinto. Todo en mi América será distinto y estaremos alegres porque es nuestro destino marcar el rumbo limpio, con esfuerzo y trabajo, pero, por sobre todo, hombre y mujer, unidos. Pequeño "chinchorrero" de las playas de Lota, te pareces al Cristo que caminas las calles de la vieja ciudad, que no entiende a los niños.