Niño que vas pisando,
las piedras de mi calle,
déjame que te cante
con esta mi canción.
Déjame que te diga
que tras de las palabras,
hay un mundo muy bueno
llamado corazón.
Déjame regalarte,
con esta poesía,
que me nace del alma
sin saber la razón.
Tan castigada, a veces,
también tan comprendida,
en un par de pasajes
mi viaje de cantor.
A tí, que nunca viste
volar a las palomas,
voy a llevarte, lejos,
a un hermoso lugar.
Donde cantan los niños
alguna vieja ronda,
que inventó una maestra
de escuelita rural.
Ahí, en algún recreo,
de blancos delantales,
los enanos pequeños
que un día crecerán.
Te hablarán, con sus voces,
tan puras y vitales
en tu propio lenguaje
de toda esta verdad.
Niño, de tiempo triste,
que vas, por mi vereda,
llevando, de la mano,
tanta desilusión.
/Deja que te acompañe,
por esa dura senda,
con la copla, pequeña,
de mi última canción/ bis.