Niño que vas pisando, las piedras de mi calle, déjame que te cante con esta mi canción. Déjame que te diga que tras de las palabras, hay un mundo muy bueno llamado corazón. Déjame regalarte, con esta poesía, que me nace del alma sin saber la razón. Tan castigada, a veces, también tan comprendida, en un par de pasajes mi viaje de cantor. A tí, que nunca viste volar a las palomas, voy a llevarte, lejos, a un hermoso lugar. Donde cantan los niños
alguna vieja ronda, que inventó una maestra de escuelita rural. Ahí, en algún recreo, de blancos delantales, los enanos pequeños que un día crecerán. Te hablarán, con sus voces, tan puras y vitales en tu propio lenguaje de toda esta verdad. Niño, de tiempo triste, que vas, por mi vereda, llevando, de la mano, tanta desilusión. /Deja que te acompañe, por esa dura senda, con la copla, pequeña, de mi última canción/ bis.