Siempre andando por viejos caminos,
con un canto, al nacer la mañana,
va el cantor con su andar peregrino,
entonando su canto del alma.
Ella estaba mirando la vida,
muy temprano, desde su ventana,
cuando oyó como que parecía
que una música dulce sonaba.
Se asomó para ver si era cierto,
al balcón de su casa bonita,
y escuchó los sentidos lamentos
de un cantor que cantaba a la vida.
Ella abrió sus ojazos llorones
para ver quién era el que cantaba
y sintió como dos corazones
al unísono se enamoraban.
Así fue que empezó este romance,
que después sería tan comentado,
entre el bardo y la niña anhelante
que entre cantos y versos se amaron.
Cada día, al abrir la ventana,
él la estaba feliz esperando,
de las cosas más lindas se hablaban
y las horas pasaban volando.
Un buen día el Señor de la casa,
sorprendió a nuestros enamorados
y mandó a clausurar la ventana
y a la niña a bordar su bordado.
Desde entonces, todas las mañanas,
por las calles del viejo poblado,
una triste canción se desgrana
ante cada postigo cerrado.
Dicen esos que siempre lo dicen,
que en la plaza el cantor trastornado,
hoy te canta una historia muy triste
por apenas un par de centavos.
Y te cuenta de viejos amores,
entre un bardo y una señorita,
que asomaba sus ojos llorones
al balcón de su casa bonita.
Era Invierno y la lluvia caía,
y en la plaza se hacía la tarde,
y de amor nuestro bardo moría
pero ya no le importaba a nadie.
Hay quien dice que amar es la vida
y que amando no existen dolores
porque el bardo cantó, en su agonía,
que es muy dulce morirse de amores.
CODA:
Porque el bardo cantó, en su agonía,
que es muy dulce morirse de amores.