El vendedor de diarios
que grita en mi ventana
tiene cinco hijos
que alegran sus mañanas,
que lo sacan, de un salto,
de su camastro pobre
y lo llevan, corriendo,
por las cuadras y cuadras.
El vendedor de diarios
que grita en mi ventana,
tiene una compañera
tan pura como el agua,
esa que cae, a veces,
a torrentes del cielo
para regar la espiga
que la patria desgrana.
También tiene una pena,
y es justo que la tenga,
es un hombre común
bajo su brazo el mundo
se pasea, en silencio,
pero él no lo conoce
porque no tiene tiempo.
Hay que ganarse el pan,
me dijo una mañana,
cuando le hablé de Chile,
de Chile, de la patria,
yo en pijama de seda,
él todo de mezclilla,
con un parche grandote
por ahí en la rodilla.
Perdone caballero, me dijo,
el mundo es una mierda
y una lágrima,
amarga de miseria,
le cayó de la cara,
brillante como joya,
empapando en un diario
el gordo de la polla.
Después se fue corriendo,
quizá porque no quiso
llorar ante un muchacho
que puede ser su hijo,
y me dejó pensando
en el río de sangre
que tiene que llorar el mundo
para matar el hambre.
El vendedor de diarios,
que grita en mi ventana,
es un hombre, un hombre,
¿Los demás? Casi nada.