Grave, junto a la puerta del yanqui diplomático,
vela un soldado el sueño de quien mi ensueño ahoga;
ese cangrejo hervido, de pensamiento hepático,
dueño de mi esperanza, del palo y de la soga.
Allí, de piedra, inmóvil. Pero el fusil hierático,
cuando terco me acerco su rigidez deroga;
clávame su monóculo de cíclope automático,
me palpa, me sacude, me vuelca, me interroga.
¿Quién eres? ¿A quién buscas? Saco mi voz, y digo:
Uno a quien el que cuidas, pan y tierra suprime.
Ando en pos de un soldado que quiera ser mi amigo.
Ya sabrás algún día por qué tu padre gime,
y cómo el mismo brazo que ayer lo hizo mendigo,
engorda hoy con la sangre que de tu pecho exprime.