El General Rueda Era un hombre alto, tenía bigotes güeros, hablaba muy fuerte. Había entrado con diez hombres en la casa, insultaba a Mamá y le decía: "¿Diga que no es de la confianza de Villa? Aquí hay armas. Si no nos las da junto con el dinero y el parque, le quemo la casa." Hablaba paseándose enfrente de ella. Lauro Ruiz es el nombre de otro que lo acompañaba (este hombre era del pueblo de Balleza y como no se murió en la bola, seguramente todavía está allí). Todos nos daban empujones, nos pisaban. El hombre de los bigotes güeros quería pegarle a Mamá, entonces dijo: "Destripen todo, busquen donde sea." Picaban todo con las bayonetas, echaron a mis hermanitos hasta donde estaba Mamá, pero él no nos dejó acercarnos. Me rebelé y me puse junto a ella, pero él me dío un empellón y me caí. Mamá no lloraba, dijo que no le tocaran a sus hijos, que hicieran lo que quisieran. Ella ni con una ametralladora hubiera podido pelear contra ellos. Mamá sabía disparar todas las armas, muchas veces hizo huir hombres, hoy no podía hacer nada. Como no encontraron armas, se llevaron lo que quisieron, el hombre güero dijo: "Si se queja vengo y le quemo la casa." Los ojos de mamá, hechos grandes de revolución, no lloraban, se habían endurecido recargados en el cañon de un rifle de su recuerdo. Nunca se me ha borrado mi madre, pegada en la pared hecha un cuadro, con los ojos puestos en la mesa negra, oyendo los insultos. El hombre aquel güero, se me quedó grabado para toda la vida. Dos años más tarde nos fuimos a vivir a Chihuahua; lo vi subiendo los escalones del Palacio Federal. Ya tenía el bigote más chico. Ese día todo me salío mal, no pude estudiar, me pasé pensando en ser hombre, tener mi pistola y pegarle cien tiros.
Otra vez estaba con otros en una de las ventanas del Palacio, se reía abriendo la boca y le temblaban los bigotes. No quiero decir lo que le vi hacer ni lo que decía, porque parecería exagerado; volví a soñar con una pistola. Un día aquí, en México, vi una fotografia en un periódico que tenía este pie: "El general Alfredo Rueda Quijano, en consejo de guerra sumarísimo" (tenía el bigote más chiquito y venía a ser el mismo hombre güero de los bigotes). Mamá ya no estaba con nosotros; sin estar enferma cerró los ojos y se quedó dormida allá en Chihuahua --yo sé que mamá estaba cansada de oír los 30-30--. Hoy lo fusilaban aquí, la gente le compadecía, lo admiraba, le habían hecho un gran escenario para que muriera, para que gritara alto, así como le gritó a Mamá la noche del asalto. Los soldados que dispararon sobre él aprisionaban mi pistola de cien tiros. Toda la noche me esuve diciendo: "Lo mataron porque ultrajó a mamá, porque fue malo con ella." Los ojos endurecidos de Mamá los tenía yo y le repetía a la noche: "Él fue malo con Mamá. Él fue malo con Mamá. Por eso lo fusilaron." Cuando vi sus retratos en la primera plana de los periódicos capitalinos, yo les mandé una sonrisa de niña a los soldados que tuvieron en sus manos mi pistola de cien tiros, hecha carabina sobre sus hombros.