Yo vivía muy tranquilito
en una modesta queli.
A mi aire subía y bajaba
y nada a mí me alteraba
en mi oscuro portalito.
Pletórico yo de la vida,
entusiasta y zarramplín.
Ni por asomo soñé
que me pasara a mi esto,
pero no por no asomarme
dejó a mí de pasarme.
-¡Ay, qué cochina vida!
-Y cuanta razón le asiste, compadre, ni la miseria que tienen de apuertas pa dentro les basta, de puro zopilotes que son, que tienen que echar el pico ajuera pa urgar en la vida de los demás, metiches de la chingada. Pero cuénteme compadre, siga contando.
Una tarde en el rellano,
mi vecina me gritó.
Su marido ya a empujarme.
La madera apareció.
Que soy un borracho,
estruendoso y peleón,
les dijeron,
y una mano de hostias
allí mismo me dieron.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué dolor!
Todas las noches
canto esta triste canción.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué dolor!
Las hostias ya me las dieron,
pero tú no duermes, cabrón.
Malditos vecinos.
1993 J. Oria