A la caída de la tarde
San José de Arimatea
dejó la radio en el suelo y se puso a bailar.
No pensaba en el trabajo que había puesto en su hacienda
y siempre había sospechado quién le robaba las almendras
pero esta vez lo vio y lo invitó a fumar.
No tenía ningún callo
que lo avisara de tormenta
nunca supo distinguir la estrella polar.
Sentado bajo la higuera recogía con cuidado
el fruto que los pájaros habían ya picoteado
y guardaban para él su mayor dulzor.
Y si a veces ayunaba
no era que nadie lo tentaba
era sólo por ver nuevos colores en el sol.
Bajaban por el monte turbas evangelizantes
que habían hallado el camino de la salvación.
San José que era muy viejo y se lo hacía de incógnito
levantó su cara al cielo y lo abrazó con los ojos
Guardó la piedra en la bolsa y se fue a descansar