Llegué,
pronto contra mi costumbre,
a la hora en que los lunes
dejan por fin de doler.
En fin,
tener miedo y estar vivo
a menudo es parecido.
Así que,
¿cómo no temerte a ti?
Y, así,
iluminaste la calle,
irrumpiendo cual milagro,
"¿llevas mucho esperando?"
"Sólo un rato", te mentí.
Después,
entramos por fin al teatro,
por la obra no pregunten,
me distrajo su perfume
de lluvia y atardecer.
Salimos a la noche y la calle
era el mar en el que todo empieza.
Cerramos casi todos los bares,
saltamos todas las hogueras.
Buscábamos la cura
del miedo y del insomnio
y todas las aceras
desembocaban en tu dormitorio.
Y allí,
nos desabrigó el silencio
y hablaron por fin los cuerpos
para abrazar su raíz.
Marché,
con la aurora, de tu casa.
Si el alma te quema, llamas
y tomamos un café.
Mi amor,
como casi siempre tarde,
regresé para buscarte
y te he escrito una canción.
Y yo,
a la puerta del teatro
hoy te espero como entonces,
no hay adiós que no te nombre
ni poema sin tu olor.
Salimos a la noche y la calle
era el mar en el que todo empieza.
Cerramos casi todos los bares,
saltamos todas las hogueras.
Buscábamos la cura
del miedo y del insomnio
y todas las aceras
desembocaban en tu dormitorio.