El hacha nació amistosa cuando la forjó una mano
que sólo buscaba airosa, un poco de bosque sano.
El hacha cortó temprano, la leña que nutre el fuego
donde se adoraba ciego, el pan de todas las mesas
y apostaba a la certeza del hombre saciada luego.
Con el paso de unos largos siglos de rasgo muy duro
el hacha extendió su apuro a las selvas en letargo
y allí comenzó el amargo tiempo
en que el bosque entreabierto
abrió la puerta al desierto y el desierto a la sequía
y la sequía a los días de chubascos tan inciertos.
El hacha se hizo violenta
y ya no midió el hachazo
cortó de manera cruenta
dejando los bosques rasos.
Cayó el árbol a su paso
muerto de mala fortuna
sin utilidad ninguna
el bosque entró en cautiverio
pareciendo un cementerio
calcinado por la luna.
El hacha es un reloj hueco
que marca la hora del bosque
aunque de furia se enrostre
el páramo más reseco
y cambie el río sus ecos
y el leñador su prenombre
no cambian lo que por cierto
consigue el hacha en su nombre
el bosque precede al hombre
pero le sigue el desierto.