Y agarró al más pequeño de sus hijos y se fue...
pero nunca regresó.
Al atardecer, cuando el Sol alumbraba
sólo las puntas de los cerros
fuimos a buscarlo.
Nos fuimos por los callejones de Lubina
hasta que la encontramos metida en la iglesia
sentada mero enmedio de aquella iglesia solitaria
con el niño dormido entre sus piernas.
Aquél día en que amaneció con la nueva
de que su mujer se le había ido,
ni siquiera le pasó por la cabeza
la intención de salir a buscarla.
Dejó que se fuera
sin indagar para nada
ni con quién ni para dónde.
Dejó que se fuera
como se le había ido todo lo demás.
Ya lo único que le quedaba para cuidar
era la vida.
Era la vida.