Y agarró al más pequeño de sus hijos y se fue... pero nunca regresó. Al atardecer, cuando el Sol alumbraba sólo las puntas de los cerros fuimos a buscarlo. Nos fuimos por los callejones de Lubina hasta que la encontramos metida en la iglesia sentada mero enmedio de aquella iglesia solitaria con el niño dormido entre sus piernas. Aquél día en que amaneció con la nueva
de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde. Dejó que se fuera como se le había ido todo lo demás. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida. Era la vida.