Yo ya me corté las alas y apagué mi motor,
regalé mis cabeza a un dios impostor,
le prendí una vela a cada falso santo;
confundí el miedo con el amor.
Como todo amarrete tuve ansias de ganar,
llegué a ser primero a como diera lugar.
Cerré mis ojos, alcé mis brazos,
si te cruzabas, te hacía pedazos.
Cerré mis ojos.
Fue la poesía la que me enseñó
cómo abrir los ojos del corazón
y, la rebeldía, la que alumbro
mi oscuro camino.
Y en el trayecto de un salto mortal
fui melodía de una nueva canción,
pero el viejo mundo es resistente
a la creación.
Y si ese mundo es el que manda
en la vida, mala suerte,
si alguien busca su camino
corre peligro de muerte.
Y si ese mundo es el que manda,
los rebeldes se terminan.
En la calle, un cementerio,
y sus leyes asesinan.
Busqué una manada para mi protección,
conseguí cariño a través de una canción,
fui temerario y resistente,
como todo un líder de la revolución.
Me protegí bajo las faldas de la moral,
me mecí en la hamaca del bien y el mal,
a veces fui etéreo, a veces mundano,
pero nunca enteramente humano.
Con la osadía de una gambeta
dejé en el suelo a mi marcador,
que hoy se empecina por derribarme
si soy yo mismo.
Una fe ciega me hizo seguir
con más tropiezos que dirección,
así es la vida del que aún
perdiendo, es ganador.
Y si ese mundo es el que manda
en la vida, mala suerte,
y si alguien busca su camino
corre peligro de muerte.
Y si ese mundo es el que manda,
los rebeldes se terminan.
Es la calle, un cementerio,
y sus leyes asesinan.