Ya puestos en camino,
la fuerza propulsora de la marcha
nos impele a seguir, con la serena
actitud, sin desmayos, de la causa
sustentora de un ideal glorioso,
que luce sus ensueños de esperanza
como flámulas rojas que flotasen
en girones de carnes torturadas.
Nos impele a seguir. Siempre la brega
deja un poco de fiebre sobre el alma,
en la frente un fulgor, y en la pupila
la radiante visión de las etapas;
etapas de dolor, hechas teorías
de credos inefables, de parábolas
de lengua incomprendida que pasasen
en la locomoción de las audacias,
¡como una blanca tropa de lirismos
por inmortales rutas incendiadas!
Preciso es continuar. Todas las dudas
que agobian la cabeza con su carga,
son grilletes fatales del cerebro
y su sitio mejor está en la espalda.
Arrojémoslas, pues. En el avance
hay un cóndor audaz que no se arrastra:
cóndor es la pasión, jamás sujeta,
de las vidas enfermas de ser sanas.
¡Con rumbo hacia lo azul: aunque deslumbre
lo intenso de la luz, hay que mirarla!
Los primeros fulgores,
quemarán, tras la noche de las ansias;
la primera visual que los descubra
ocultos en la sombra impenetrada,
así como una antorcha cuyo fuego
ardiese el brazo que la levantara.
¡Insanías de amor, que los enfermos
del manicomio de ese Ideal contagian!...
¡Locos, venid! Yo quiero aquí, en el canto,
soltar al viento un corazón con alas:
Los discretos normales podrán, sólo,
arrojarnos las piedras de sus lástimas...
¡No haya vacilación! El derrotero
se ha poblado de enérgicas constancias;
pero, porque no siempre en el peligro
hay carne de temblores libertada,
también es necesario
hacer que resplandezcan llamaradas,
del fecundo calor de un entusiasmo,
en la quietud mortal que todo embarga,
¡como una floración de primaveras
en el propio pais de las escarchas!
Si se llagan los pies en el camino,
más firme, mucho más, será la marca:
en la senda candente que cruzamos
se ve mejor la huella ensangrentada.
Alienten la Epopeya,
los himnos fraternales de esperanza
alzados entre vítores y músicas
con el clamor de las protestas bravas,
como un beso de paz sobre una inmensa
cicatriz que dejase la jornada,
y en cármenes de púrpura
resurjan reventando sus fragancias
¡todas las rosas del Amor perenne
que perfuman la enorme caravana!
Y en el salmo coral, que sinfoniza
un salvaje ciclón sobre la pauta,
venga el robusto canto que presagie,
con la alegre fiereza de una diana
que recorriese como un verso altivo
el soberbio delirio de la gama,
el futuro cercano de los triunfos,
futuro precursor de las revanchas;
el instante supremo en que se agita
la visión terrenal de las can*llas,
los frutos renovados
en la incesante fuerza de las savias,
del germen luminoso que cayera
en el resurgimiento de las almas,
¡como una rubia polución de soles
en el vientre del surco derramada!
¡Un ensueño en camino,
que sufre la obsesión de la montaña,
bajo la plenitud de las auroras
que alumbran los tropiezos de la marcha!
No hay obstrucción posible: es el Principio
la promesa del Fin. Arde en la llama
de la hoguera moral, el negro escombro
de la atávica Torre de ignorancias,
madre de ese temor: lo incognoscible,
cuyos tupidos velos desgarrara,
en la prisión intelectual más honda,
— rechazando el concepto de la Nada —
la verdad de la Ciencia hecha Justicia
al procesar la Esfinge del Nirvana!
La gesta de las causas en los siglos,
no ha bordado poemas en sus páginas.
El libro de los mártires no tiene
sino una historia de grandezas trágicas,
de sangre floreciendo en el tormento
sus azucenas que parecen lacras...
¡Clarín de los suplicios cuyas voces
en las generaciones se dilatan!
Toda Idea fué así. ¡Dolor bendito
de heridas que supuran enseñanzas!
Al lado de la Cruz está la Horca,
— y es bueno no quererlas separadas —
¡el leño o el dogal: hablen las épocas,
pues la Cruz y la Horca son hermanas!
Y por eso en la lidia,
camino al porvenir de la Cruzada,
coronando el pendón de las bravuras
los trofeos, aun tibios, se levantan,
como ejemplos viriles anunciados
en la fulguración de la escarlata,
desde sórdidos pulpitos sangrientos
por muertos sacerdotes que aun tronaran
palabras de rencor, hechas conjuros,
predicando el sermón de las venganzas!
Triste labor del Odio,
que desata sus hordas de amenazas,
diciendo su creación demoledora
a las hoscas angustias de la Raza.
Los tremendos instantes de la prueba
saben de los martillos que no aplastan
los ímpetus hermosos, más hermosos
después del golpe que sobre ellos baja;
y en la espera, nerviosa, del momento
del derrumbe final; la última etapa,
a través de las brumas sigilosas
que puedan ocultar la Ciudad blanca,
se descubren, allá, en otro horizonte,
espléndidas auroras que se alzan,
los risueños Orientes — ¡bienvenidos! —
los iris eternales del mañana;
¡arcos gloriosos de los triunfos nuevos
por donde toda la Epopeya pasa!
Y tras el loco batallar de siglos,
así como después de la jornada
en infinitas gotas se traduce
la honra del sudor sobre las caras,
sobre las rudas frentes, pensativas
como un viejo Pesar que meditara,
la cicatriz de sangre se resuelve
en agua de Perdón que todo lava,
en agua dulce y bautismal, borrando
las huellas más infames, más amargas,
¡como un Jordán de Olvido que quitase
hasta el recuerdo mismo de las manchas!
Preciso es continuar; cada desmayo
hace ver insalvables las distancias.
En la estéril noción de lo imposible,
los músculos morales se relajan,
y en el afán que el miedo empequeñece
se ven lejos las cumbres más cercanas.
La formidable voz de anunciaciones
extremece el ambiente con sus vastas
repercusiones de tonantes notas,
cubriendo las necrópolis de calmas.
La anunciación postrer que se divulga
con los alertas de cerebros-guardias.
...Muertos odios que vuelven en caricias
las opresiones de la lucha bárbara,
¡como una herida que revienta en flores
y perfuma las vendas maculadas!
...Ya puestos en camino,
no se esquiva el obstáculo: se aparta.
La senda libre de cualquier tropiezo
nunca fué la más digna de la planta
encallecida en la ascensión penosa
del breñal que la suerte deparara.
Así va la legión, atravesando
los últimos espacios que separan
del rumbo abierto al porvenir soñado,
como ruta augural, por donde marchan
las sombras fugitivas del silencio,
en larga proyección, cantando hosannas
si triunfantes por fin, y si vencidos:
cayendo frente al Sol, como las águilas!