Después de algún tiempo, Cri-Crí retornó a sus lares. No fue dichoso en sitios lejanos. "¡Sea!", dijo suspirando. "Me someteré a vivir por el reloj; acataré ser puntual y mecanico". Así lo encontramos de regreso a aquella ciudad. En cuanto salía de la estación central presenció un accidente espeluznante; un salvaje ciclista atropelló a un ómnibus repleto de pasajeros gordos. El autobús quedaba destrozado mientras el irresponsable ciclista se alejaba indiferente al daño hecho. Cri-Crí se lanzo al teléfono más próximo para llamar a un hospital. Pero transcurrió una hora, dos horas, tres, medio día. Los auxilios no llegaban. Cri-Crí volvió al telefonear al hospital. "Ya salio la ambulancia", se le contestó con un bostezo. Mucho después, cuando se escuchó la sirena, fue innecesaria la llegada de la ambulancia: ¡los heridos ya habían sanado! "¿Que sucede aquí con la puntualidad?", se preguntó Cri-Crí inquieto. Y, poco a poco, fue notando un cambio enorme en las costumbres: Los relojes públicos habían sido apedreados; los despertadores yacían en las calles hechos añicos;los espectáculos comenzaban cuando se le daba la gana al empresario; las tiendas abrían tarde sus puertas, si es que llegaban a abrirlas. ¿A qué se debió ese cambio tan enorme? Pues, mientras duraron los millones de los Brincasgomas, su espíritu metódico siguió inspirando la comunidad; mas llegó el día aciago en que no hubo ni un céntimo para sostener el castillo, palacios, trasatlántico, banquetes, tranvía particular, ni película del Oeste americano. Cuando el señor Mangasbroncas se confesó incapaz de pagar tres mil facturas y no poder desembolsar siquiera la limosna acostumbrada al ciego del organillo, la sociedad se desmoralizó. ¿Como traicionar a los números en dinero y los vencimientos en números de calendario y de reloj? Todos aquellos que antes hicieron gala de puntualidad, de la noche a la mañana se tornaron aún más informales que los bohemios y que los abogados.
El propio Cri-Crí llegó a escandalizarse de tanta tardanza, desidia e indolencia, pero sintió mucho que los vaivenes de la fortuna hubieran vuelto a empobrecer a la familia Romesgánchez o Ranchosgómez (creo que así, sí es). Trabajo le costó dar con ella, porque ahora los infelices no tenían siquiera una casita humilde. Se habían instalado en unas viejas ruinas fuera de la ciudad. Aquellos murallones derruidos tenían ciereto encanto bajo la luz de la luna. Y Cri-Crí advirtió con asombro que a pesar de la miseria aquella familia persistía en sus hábitos. El señor Roncasbrincas tomó el brazo de Cri-Crí y, con mucha parsimonia, le dijo: "Aprecio su visita, pero se acerca la medianoche y en cuanto se junten las agujas del reloj tengo una cita con las siete brujas de estas ruinas". Cri-Crí comprendió que era finamente despedido y, alzándose de hombros, se alejó en la oscuridad.