Spoken
Los Cuatro Invencibles tenían toda la tarde libre:
libre para lo que les plugiera hacer, con la única condición de pedir permiso para todo.
Es sabido, por muchos sabedores, que, desde tiempo antiguo, los pequeños aceptan condiciones con la misma facilidad con que las olvidan. "Solo iremos hasta el parque", prometieron Roco, Tico, Maco y Paco; pero ya encamino, siguieron hasta mucho mas lejos, hasta la pradera inmensa que linda con el río. El cielo estaba tan azul, el sol tan brillante, que el paisaje de la tarde parecía no tener fin. Los Cuatro Invencibles titubearon entre emprender una pedrea general o jugar a emboscarse. Como por ahí no había guijarros ni para remedio, desecharon la atractiva idea de descalabrarse los unos a los otros; y emboscarse fue lo que procuraron. Cerca del río abundan los arbustos apretados y tupidos, entre cuya maraña se extraviaría el perro más aprovechado de una escuela policiaca. Fue delicioso arrastrarse bajo el ramaje, dejando en él pedacitos de ropa (destrozo que más tarde enojaría a la tía Ripia); pero en aquellos momentos, entrar más y más bajo la espesura, emocionaba a los niños.
Reptaban entre la vegetación, cuando comenzaron a escuchar un rumor sordo que variaba en intensidad.
Gracias a la práctica adquirida en muchas sesiones de cinematógrafo, Roco, Tico, Maco y Paco reconocieron el rimbombar de tambores selváticos. "¿Habrá salvajes aquí?" A punto estuvieron de huir a gatas desgarrándose bajo la espesura; mas una voz alegre los contuvo. Era Cri Crí gritándoles:
--¡Vengan acá! ¡Veran qué bonito!
Ya confiados, ardiendo en curiosidad, se acercaron a Cri Crí. Estaba éste sentado en el suelo, con varias plumas de pavo pegadas a la nariz y las orejas, teniendo por delante: dos botes vacíos, un odre caduco y varios cocos huecos.
--¿A qué juegas, Cri Crí?
--A ser primitivo. Soy el jefe Quimbongó. ¿Desean pertenecer a mi tribu?
--¡Si!-- exclamaron entusiasmados Los Cuatro Invencibles-- ¿Qué debemos hacer, jefe Quimbongó?
-- Pues Tocar los tambores con gesto fiero, invocando al dios Badulaque, para que nos sea propicio en un ataque a la tribu de las ranas del río.
Los nuevos guereros comenzaron a golpear concienzudamente los botes viejos, los cocos huecos y el odre medio inflado. Resultó una batahola realmente selvática que se escuchó hasta el fin de la pradera, y que hubiera alarmado a más de cuatro, de no ser por la seguridad geográfica ofrecida por todo el océano Atlantico, que los ponía a salvo de feroces ataques africanos.
Cri Crí y los niños estaban tan concentrados en la producción de estruendos, que no pudieron escuchar a las campanitas gordas que, a la hora debida, anunciaron el fin de la tarde.