La escobiza de la tía Ripia había sido contundente. A Cri-Crí le dolía el amor propio; tanto, que tuvo que sentarse de lado durante varios días. Cri-Crí hizo examen de conciencia: "Soy demaciado juguetón; eso me malquista con la gente seria. Quizá alguna disiplina mental lograría aplacar mi carácter cascabelero". Tratando de enmendarse, Cri-Crí solicitó datos sobre un curso de poesía por correspondencia. Pronto obtuvo respuesta; la información era amplísima. Aparte del hecho prosaico de tener que pagar dinero por las lecciones, lo demás era satisfactorio. Se le recomendaba el estilo de poeta lírico, tipo quejumbrón, que es altamente apreciado por la sociedad más copetuda. El curso comprendía: gimnasia de consonantes, malabarismo de versificación y la copia disimulada de poemas ya conocidos. El curso de poesía, por correspondencia, está al alcance de cualquiera y soló exige dejarse adelgazar. En efecto, los poetas más distinguidos suelen lucir muy pocas carnes; cosa bastante fácil, ya que los mismos editores de libros se encargan de la dieta del vate. Todo aquello le pareció razonable a Cri-Crí, excepto la insistencia del profesorado en recomendar especialmente la versificación aflictiva. "La risa es un bostezo ruidoso", aseguraba el folleto. "La gente fina gusta de las lágrimas intensamnete temblorosas. Esta Academia garantiza el dominio del lloriqueo sin recurrir a la manipulación de las cebollas".
Cri-Crí meditó: pese a su buena fe en reprimir lo jacarandoso del ánima, le pareció demasiada renunciación convertirse en contribuyente de más rimas dolientes, de las que ya circulaban bastantes toneladas. A todo esto, comenzó a soplar la brisa vespertina, y las pequeñas hadas se dejaron llevar suavemente sostenidas por el viento. Llegarán muy lejos, hasta donde la brisa se canse y quede quieta. Ya de noche, las pequeñas hadas volverán a sus casitas de flor, cabalgando sobre luciérnagas de vuelo incierto, como luceros perdidos en la sombra. "¿Como podría yo describir eso con amargura?" se preguntó Cri-Crí. El chirrido de una carreta distrajo su meditación. La carreta, con su gran falda verde de cañas recién cortadas, barría los flancos polvorientos del camino, y el enorme buey que la tiraba traía una mariposa multicolor revoloteando sobre el testuz, como un alto pensamiento bello. "¡No!" Protestó Cri-Crí. "Renuncio a las lágrimas distinguidas. ¡Que triste resulta tener que vivir contento!" Y, sintiendo mucho no poder ganar gloria como poeta sufridor, Cri-Crí volvió a las andadas describiendo ciertas bodas en la única forma que puede hacerlo.