Cierta vez en la mañana de un país de montañas azules, miraba yo esas nubes pequeñas, que suelen quedar como prendidas de las piedras en la mitad del cerro. El aire, ausente. Mas arriba, un cielo azul, abajo, la tierra dura, y cálida. Alguien me dijo unas raras palabras refiriéndose a esas nubecitas blancas, quizá lejanas ya, que embellecían el paisaje...
Eso, que usted está mirando, no son nubes, amigo. Yo creo que son vidalas olvidadas, esperando que alguien comprenda su silencio, entienda su palabra, intuya su canción. Poco tiempo después de ese momento que no se puede traducir cabalmente, porque está más allá de nuestro entendimiento, nació la vidala del silencio.