Estoy segura, de verdad, que eso de ahí era un ordenador. Esa trozo de tarta con el bizcocho tan empapado en licor que rezuma sobre el plato antes era un ordenador - dice Alicia mientras desmigaja el pastelito.
Está sentada sobre una silla desmadejada, en equilibrio casi por desgracia. La pobre silla sigue aguantando el peso de cualquier demonio, deseando partirse y que la lleven a tirar. Pero permanece ahí, en ese cuarto con un sofá verde viejo y como de casa de verano con unos tarados sentados mirando un televisor que es, en realidad un trozo de dinosaurio. Y esto ya no lo puede consentir. No way. Uno no puede ver televisión en un trozo de dinosaurio, si tan siquiera sabe qué trozo es. Porque claro, ella supone que es parte del pie pero lo mismo podría ser el tórax o lo que tengan a bien tener los dinosaurios como pecho. La luz amarillenta golpea a la tarta reordenada que Alicia ya no puede reconectar a Internet. Recuerda que hablaba con alguien. Un enfermo, creo. Un ornitorrinco, que se enfadó mientras derramaba el ron sobre el dulce.
En efecto, la tarta comienza a desatar un pequeño hilillo de un líquido ambarino. Alicia tiene sus reparos a probarlo, aunque le curiosea qué será. ¿Será ron, como deben llevar las tartas decentes y de bien? Lo es, lo es. De ese azucarado... Tan enfrascada estaba en la pequeña destilería que no repara en los dos viejos que entran, colocándose al estilo militar frente a ella. Parece que se van recogiendo el uno al otro del suelo. Están estropeados y desvaídos como las fotografías que uno deja al Sol y se descoloren. Alicia para de beber cuando se le mancha el vestido; levanta la cabeza lanzando improperios y se encuentra con la Militancia. El ornitorrinco, que sigue enfadado no para de murmurar en latín 'quod houc voulerunt', lo que es realmente extraño porque los ornitorrincos sólo saben de maorí. Y en verdad fue extraño, porque no despertó. Y quedó un ornitorrinco manchado, una mancha envenenada y un ordenador deslustrado.