El viento es un delincuente
que se escapó de su celda.
Lo digo porque de niño
lo vi arrasar las cosechas,
lo vi jugar con la vida
como una cosa cualquiera,
reemplazar las ilusiones
de pan, por hambre y miseria,
lo vi robando el aliento
de las gentes y las bestias,
lo vi secando los pozos
y amedanando la tierra.
El viento es un delincuente
que se escapó de su celda.
No hablo del viento accidente
que llega en traje de fiesta,
cuando en las tardes de estío
se desata la tormenta;
ni tampoco hablo del otro,
metáfora del poema,
diseñador de la copla
y apuntador del poeta.
Esos son vientos de paso,
dejan su marca y se alejan.
El viento es un delincuente
que se escapó de su celda.
Hablo del viento constante
que llega un día y se queda
por mucho tiempo acechando
siempre detrás de la puerta.
Que quiere hacer un desierto
de casas y sementeras,
para que dancen su danza
los remolinos de arena
y así correr a sus anchas
sin que nada lo detenga.
Sabe que lo ando buscando
para cobrarle una deuda.
El me robó de la infancia
las primeras primaveras
y lo fue haciendo de a poco
sin que yo me diera cuenta,
sisándole sus colores
a mi cándida paleta
y ha de pagar lo que debe
por más ladino que sea
ese viento delincuente
que se escapó de su celda.