- Necesito verte. Desde su cuarto, Ana decidía. El problema no era porqué ahora, era porqué siempre. Su hermana, Lidia la miraba expectante; ¿Quién es? ¿Qué quiere? Pero ella la silencia con un gesto. - Ven, pero no drama. Nos vemos. Te espero. Siempre te espero. Se sienta en el sillón verde y desgajado por un gato ajeno, con las piernas por el brazo y la cabeza colgando. Lleva unos pantalones negros, tirantes y su pelo rubio cae por la oreja de la butaca. Su hermana para de picotear un desayuno precario y recoge las piernas. - ¿Qué le ocurre ahora? - Vendrá, no sabe si irse. Marcharse de aquí. ¿Qué le diré? Ya lo sabe. - Viene a pedirte para no marcharse. No quiere ir, pero no se lo permitirá. Necesita una cobaya y tú vas a decirle. Vendrá, hablaréis tanto que parecerá que le importas y te usará. Ya sabes, la vieja historia. Hazme de espejo para que pueda ver lo que ansío. Él es Narciso y tú el pobre río que lo ahoga por no verse y por no verlo. Ana retuerce el gesto, y estira la camisa para cubrirse la cadera. Se quedan en silencio, ya no hay nada que decir. Ana se incorpora, dando una vuelta y sin tocar el suelo salta al sofá, moviendo a su hermana para meterse debajo de una manta amarillenta, que armoniza con el sofá en antigüedad. El aire es frío, no invita a moverse. Y permanecen acurrucadas viendo en el televisor un programa de variedades. Todo dentro es sangre, y vísceras. Todo es agua y todo es continuo. Lágrimas, sangre, comida a medio digerir, neuronas muertas. Y no importa ya. Si bruño todo eso, si es una superficie tranquila en la que poder reflejarse, al menos seré el Leteo. Sentado, sobre la cama, extendida y desnuda, podrá leer sobre mi estómago cuándo hay que abandonar la partida. Hace demasiado frío ahí fuera, pero el hielo actúa de aislante. Sí, ya no siento, ya no sé. Veremos dónde me lleva esto. Sólo soy agua metida en un ciclo natural: mojar la tierra, ensuciar el cielo. Cuando suena el timbre, Ana ya no es Ana. Es un bloque de hielo consciente de que está fundiéndose, ascendiendo y estrellándose a la vez. Deja la puerta abierta, y espera sentada en el sillón. Lidia recoge su taza y se marcha al cuarto. La puerta gime mientras ella cierra los ojos.