En sus ojos, nunca pude encontrar maldad. Pero a veces, para no morir hay que matar. Todo fue esa noche en que ciego y borracho nos quizo asustar. Pero un golpe sin suerte, dejó a su cuchillo clavado en su mal. Así fue que al duende del árbol, tuvimos que asesinar... matar... y cortar... y cortar... Su cuchillo había destripado a dos duendes ya. Pero en estas historias, nunca nadie puede celebrar. Así fue que al duende del árbol, en partes tuvimos que enterrar... tapar... y olvidar... y olvidar... "¿Cuál es esa ley - preguntó el duende al sol / a Dios - qué aunque mate siempre, siempre obtendré el perdón?" Pero a aquella ley, esa noche la rompí yo... Sólo el cielo quiso ver lo que quedó de él. Nuestro miedo, se hizo odio en un instante cruel. Así fue que al duende del árbol, de un tajo le pudimos dar un poquitito de paz... de paz... Y ahora tengo a este duende sepultado y ya sin perdón.