Sobre el mármol helado, migas de medialuna y una mujer absurda que come en un rincón; tu musa está sangrando y ella se desayuna: el alba no perdona, no tiene corazón. Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca y del alma manchada con sangre de carmín? Mejor es que salgamos antes de que amanezca, antes de que lloremos, viejo Discepolín... Conozco de tu largo aburrimiento y comprendo lo que cuesta ser feliz, y al son de cada tango te presiento con tu talento enorme y tu nariz. Con tu lágrima amarga y escondida,
con tu careta pálida de clown y con esa sonrisa entristecida que florece en verso y en canción. La gente se te arrima con su montón de penas y tú las acaricias casi con temblor; te duele como propia la cicatriz ajena; aquél no tuvo suerte, y ésta no tuvo amor. La pista se ha poblado al ruido de la orquesta: se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín. ¿No ves que están bailando?... ¿No ves que están de fiesta? Vamos, que todo duele, viejo Discepolín...