Don Carlos fue un señor de cuello y de corbata, viajante de comercio, un hombre de su casa. Fue pura seriedad, según cuenta su gente. Sportman, pescador, celoso, intransigente, apuesto y fanfarrón, erecto y atildado . Hoy luce una joroba y un traje mal planchado. El caso es que los años le han dado una manía que la gente de bien no entiende todavía. Es su mayor placer hurgar en los latones donde duermen recuerdos entre cien mil honores. Objetos sin valor, aquel que no se olvida creyendo que a la larga es dueño de la vida. Don Carlos los recoge,
los ata con cariño y esboza una sonrisa que sólo dan los niños. Después de almacenarlos, al tiempo, se le olvida que recogió una flor entre la porquería. Don Carlos es feliz, feliz completamente, desde que se cambió el traje de decente por el de colector de alambres y tornillos. No hay tira de papel que escape a su bolsillo. No hay nada que lo turbe. No hay nada que le falte. La vida es una veta de cosas desechables. ¡Hurra por ti campeón del sueño y la sonrisa! ¡Salud, gran andarín, te dirán que sin prisa!