Don Carlos fue un señor
de cuello y de corbata,
viajante de comercio,
un hombre de su casa.
Fue pura seriedad,
según cuenta su gente.
Sportman, pescador,
celoso, intransigente,
apuesto y fanfarrón,
erecto y atildado .
Hoy luce una joroba
y un traje mal planchado.
El caso es que los años
le han dado una manía
que la gente de bien
no entiende todavía.
Es su mayor placer
hurgar en los latones
donde duermen recuerdos
entre cien mil honores.
Objetos sin valor,
aquel que no se olvida
creyendo que a la larga
es dueño de la vida.
Don Carlos los recoge,
los ata con cariño
y esboza una sonrisa
que sólo dan los niños.
Después de almacenarlos,
al tiempo, se le olvida
que recogió una flor
entre la porquería.
Don Carlos es feliz,
feliz completamente,
desde que se cambió
el traje de decente
por el de colector
de alambres y tornillos.
No hay tira de papel
que escape a su bolsillo.
No hay nada que lo turbe.
No hay nada que le falte.
La vida es una veta
de cosas desechables.
¡Hurra por ti campeón
del sueño y la sonrisa!
¡Salud, gran andarín,
te dirán que sin prisa!